Sigamos con el Cacique de mi pueblo

Volvamos al cacique de mi pueblo al que contando lo de los puercos, me han venido a la memoria varias anécdotas de cuando trabajaba para él, en aquella granja.

Al cacique lo llamaban "El  Chato" y siempre se tapaba  la cabeza con un sombrero cordobés, era grándote, gordo y uni presente en la puerta de su granja vigilando a todo aquel que entraba y salía. O llenaba los cubos de agua de la fuente, y solo hablaba a gritos para regañar a la gente, y cada mañana cuando entraba a trabajar allí lo encontraba, pues no se movía de allí en todo el día.

Rodeada toda la finca por una cerca de alambre de espino, únicamente se podía entrar por la `enorme puerta de la entrada, un portalón de puertas de hierro. A la izquierda estaban las vaquerizas, a la derecha la vivienda y las básculas, y al fondo la huerta y las cochiqueras.  

El cacique tenía dos hijas tan gordas como su padre y su madre, a las que no le aguantaba ningún columpio porque  todos los que le hacían acababan por romperle las cuerdas, cuando estrenaban uno y yo pasaba por allí, un rincón del huerto limpiado y de tierra seca aplastada, me paraba, me quedaba mirando para reírme hasta que una de ellas rompía la cuerda y se caía, dando un culazo en el suelo, y que la hermana le dijera ¡¡gorda!! Tenía que llevar mucho cuidado porque si se chivaban a su  padre, o este me veía reírme, me echaba sin contemplaciones de allí.

El chato le echaba grandes cantidades de sal al pienso de las vacas para que estas bebieran mucha agua y dieran más leche, luego el aguaba esa leche, y hacia esto y más engaños con la tranquilidad que le daba ser amigo de la G. Civil y del alcalde a los que le regalaba buenos embutidos. Cuando el Jeep de la benemérita se aceraba por la cola de la fuente, cuatro grandes y abundantes caños de los que dependía el pueblo, la gente se ponía firme y en línea recta por el temor a los sopapos que arreaban los guardias, si no estaba bien hecha la cola.

El cacique cobraba por todo, por cada cubo de agua, por la hierba que cortaban los mismos vecinos, y que luego le pesaba en una báscula de platillos más trucada que el sombrero de un mago, hasta por las moscas que los chavales iban a las cuadras a coger para sus trampas para los pájaros. También vendía huevos, frutos de la huerta, frutas, conejos, y a los que él ponía su precio, y nadie protestaba, y es que había que llevarse bien con él, porque cundo le daba la gana, o pensaba que alguien se había marchado sin pagarle algún cubo de agua, la cortaba y podía tener al pueblo una semana sin agua
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Una vez una vaca se tragó con el heno un trozo de alambre, y estuvo dos días berreando hasta que la tuvieron que sacrificar, y por eso lleno de ira expulsó garrotazos a dos pobres esclavos que los tenía cuidando las vacas y que vivían allí en un pequeño cobertizo en condiciones inhumanas.

Cuando encontré un trabajo en una carpintería de aprendiz, me fui de allí y ni siquiera me despedí, no valia la pena, porque aquel animal no conocía los sentimientos.

Saludos