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Constantinopla, Otranto, Lepanto... o como el otomano "quería" conquistar Europa
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zampabol
Naia
Avedo
7 participantes
Página 1 de 2.
Página 1 de 2. • 1, 2
Constantinopla, Otranto, Lepanto... o como el otomano "quería" conquistar Europa
Inauguro este subforo histórico.
Es que acabo de leer un artículo sobre la toma de Constantinopla, que suena lejano en el tiempo, pero que ha quedado grabado tal suceso en los devenires históricos de Occidente, al mismo nivel que la caída de Roma, el descubrimiento de América o la Revolución Francesa. Hay un capítulo muy sugerente de los "Momentos estelares de la Humanidad" de Stefan Zweig dedicado a la caída de Constantinopla..., pero aquí copio y pego del artículo del periódico de hoy:
http://www.abc.es/historia/abci-conquista-musulmana-constantinopla-agonizante-resistencia-cristiandad-ignoro-gritos-auxilio-201706060212_noticia.html
La conquista musulmana de Constantinopla, la agonizante resistencia de una cristiandad que ignoró los gritos de auxilio
Conquistar la segunda Roma había sido un viejo sueño medieval para los musulmanes desde el siglo VIII. «La guerra santa es nuestra principal obligación», proclamó el sultán otomano Mehmed II años antes de comenzar la campaña
Para los Reyes Católicos y los grandes nombres de su generación la conquista de Constantinopla fue un acontecimiento clave a la hora de conformar su forma de entender el mundo, tal y como para sus respectivas generaciones lo fue la ejecución de Luis XVI en Francia o la caída del Muro de Berlín. «Esta es la segunda muerte de Homero y también la de Platón. Ahora, Mahoma reina entre nosotros. El peligro turco pende entre nosotros», anunció el futuro Papa Pío II al conocer la noticia. Cuando Occidente creía que había llegado al fin su momento, el Imperio otomano se presentó ante el mundo como la nueva hidra venida de Oriente a conquistar todo lo que se hallara en su camino. La conocida como segunda Roma había sobrevivido a los años más oscuros de la Edad Media a base de una fuerza militar temida y una pujanza comercial que parecía no tener fin, pero nada pudo hacer ante la llegada otomana.
Conquistar Constantinopla había sido un viejo sueño medieval para los musulmanes desde el siglo VIII. «La guerra santa es nuestra principal obligación [...]. Constantinopla, situada en el centro de nuestros dominios, protege a nuestros enemigos e incita contra nosotros. La conquista de la ciudad es, por lo tanto, esencial para el futuro y la seguridad del Estado otomano», proclamó el sultán Mehmed II años antes de comenzar la campaña. Para este sultán turco aquella guerra era, además, algo más que una cruzada religiosa: era la conquista de un mito otomano, «la manzana roja», por la que se harían con el dominio universal una vez tomaran ese territorio. Mas cuando él se consideraba entre su interminable ristra de títulos «soberano de los romanos» de Oriente. A todo ello había que sumar el resquemor que el sultán guardaba al emperador bizantino Constantino IX Paleólogo por apoyar la cruzada cristiana que en 1444 había dividido en dos el emergente Imperio otomano.
Occidente ignora las peticiones de ayuda
Ante la inminente campaña, Constantino XI Paleólogo lanzó una desesperada llamada de auxilio a toda la cristiandad, y uno a uno casi todo los reyes europeos desoyeron la petición alegando causas egoístas. El Papa vio en la angustiosa situación de la ciudad una oportunidad para convencer a la Iglesia ortodoxa griega de que se uniera a la tradición católica a cambio del envío de tropas. El Cardenal Isidoro acudió allí en noviembre de 1452 con 200 soldados napolitanos buscando negociar la unificación entre iglesias, si bien las autoridades bizantinas solo hicieron caso al enviado papal porque pensaban que se trataba de la avanzadilla de un ejército de rescate. Nada más lejos de la realidad, nadie más iría en nombre del Papa.
Las últimas posesiones bizantinas se limitaban a la gran ciudad, varios territorios en Grecia y a varios puertos marítimos de los que las repúblicas italianas sacaban amplias ventajas comerciales. Es por ello que Venecia y Génova sí participarían en la defensa de Constantinopla.
A principios de 1452, la construcción de una enorme fortaleza otomana en territorio bizantino trajo consigo a la desembocadura del Bósforo una flota otomana que cogió por sorpresa a los cristianos. Se trataba de una declaración de intenciones bastante evidente. Constantino se preparó para lo peor y ordenó que se hiciera acopio de alimentos y bebidas a la población, además de hacer un llamamiento para que los pueblos periféricos se refugiaran en la capital. La plata de las iglesias y monasterios fue empleada para pagar a las tropas y mejorar las defensas de la ciudad. También los aliados organizaron entonces sus refuerzos.
El Senado de Venecia estaba dividido entre los que defendían ir en ayuda de sus viejos aliados y los que consideraban a Bizancio una causa perdida y preferían mejorar sus relaciones con los turcos. El Senado armó dos buques de transporte con 400 soldados cada uno custodiados por 15 galeras que zarparon el 8 de abril de 1453 hacia Constantinopla, si bien no llegaron a tiempo de salvar la ciudad. Según el testimonio de Giacomo Tebaldi, la fuerza de rescate veneciano hubiera roto el asedio de haber llegado solo un día antes. Además, las autoridades venecianas de Creta enviaron otros dos buques de guerra, de los que solo uno llegó a su destino. En tanto, los venecianos que estaban en la capital huyeron en su mayoría, seis de ellos incumpliendo las órdenes de Girolamo Minotto, representante del senado en la ciudad.
Por el contrario, Génova, la gran rival de la Serenísima, envió al Cuerno de Oro a 700 soldados al mando de Giovanni Giustiniani Longo, cuyo reputación de experto en asedios le hizo gala del rango de mariscal de todas las tropas terrestres en Constantinopla. Según estimó Giacomo Tebaldi, en la ciudad había un total de entre 30.000 y 35.000 hombres de armas, extranjeros y locales, y cerca de 7.000 soldados profesionales, lo que sumaba unos 42.000 cabezas armadas. El problema era que el grueso del ejército lo formaban milicias y voluntarios extranjeros sin mucha preparación.
El plan de Mehmed II era terminar rápido el asedio sin causar grandes daños materiales en la ciudad, puesto que temía que el paso del tiempo permitiera a Venecia y Hungría salvar la ciudad. Frente a la superioridad numérica musulmana, los cristianos pretendían hacer valer la fortaleza de sus murallas, que ya en 1422 habían frenado un ataque anterior, y valerse del fuego griego (probablemente se tratara de una mezcla de nafta, cal viva, azufre, y nitrato) para arrojarlo sobre los atacantes. Al otro lado de las murallas bizantinas se presentaron más de un centenar de navíos, entre galeras, galeotas y barcos de transporte, y un océano de hombres que alcanzaba los 80.000 soldados. Entre las filas turcas sobresalían los jenízaros, la élite de la infantería otomana reclutada entre los jóvenes cristianos secuestrados en los Balcanes, la mayoría eslavos y albanos.
La artillería otomana marca la diferencia
El 6 de abril la principal fuerza terrestre otomana con los regimientos de palacio del sultán, temida infantería, en el centro avanzó hacia las enormes murallas que defendían por el oeste la ciudad. El sultán situó su tienda en esta posición, frente a la puerta de San Romano. Los primeros asaltos fueron rápidamente rechazados por unas piedras que llevaban siglos en pie.
El resto de la ciudad estaba rodeado de agua y protegida también por murallas, además de que las galeras bizantinas e italianas se concentraron entre la ciudad y la fortaleza de la Galata, en la otra orilla del llamado Cuerno de Oro. El Emperador confiaba en las experimentadas tripulaciones italianas para defender este estrecho. Si el sultán quería tomar la ciudad debería derrotar a la flotilla cristiana, conquistar la Gálata (perteneciente a Génova) por tierra y por supuesto derrumbar las murallas en el oeste.
Con este último fin había trasladado a esta zona unos enormes cañones de artillería que, de tan pesados, necesitaban 60 bueyes para ser movidos. La artillería se concentró a 8 kilómetros de las murallas y se colocaron en zanjas inclinadas sobre grandes bloques de madera para amortiguar las sacudidas que acompañaban a los disparos. Durante el asedio los cañones no dejaron de rugir día y noche, lo que llevó a que varios se recalentaran e incluso se hundieran en el barro. Giacomo Tebaldi cuenta que los otomanos efectuaban entre 100 y 150 disparos diarios, con un consumo de 500 kilogramos de pólvora. El sultán tenía tantos hombres como para arriesgarse a mandarlos a recoger los proyectiles caídos a las puertas de la muralla.
Tras varios asaltos fallidos, en la noche del 18 de abril los musulmanes lanzaron un ataque nocturno en el sector de Mesoteichon que se alargó sin avances durante cuatro horas. Las cosas iban lentas en tierras, pero todavía más en el mar. El primer ataque otomano contra la barrera flotante cristiana acabó en fracaso, al igual que el segundo, pues la flota cristiana contaba con barcos más altos aunque menos numerosos. El 20 de abril, tres grandes buques de transporte papales con armas, tropas y alimentos cruzaron por sorpresa el bloqueo musulmán y entraron en la ciudad junto a un barco bizantino con trigo. Desde la costa, el sultán turco, colérico, se metió con su caballo en el mar lanzando órdenes incomprensibles a su flota. El bloqueo naval debía ser pleno o no serlo... El comandante turco fue azotado, degradado y sustituido por su negligencia.
La moral cristiana se elevó con aquella pequeña victoria sobre la flota turca. Si bien, no iba a haber tiempo para los festejos. El nuevo comandante de la flota trasladó la mayoría de los cañones de sus barcos a tierra para que bombardearan los bajeles cristianos desde detrás de la Gálata, esto es, en un ángulo similar al de los morteros. Igualmente original fue la idea de trasladar por tierra, usando una rampa de madera, a 72 pequeñas galeras al Cuerno de Oro, en la retaguardia de la barrera flotante cristiana. Así no solo quedó en peligro la flota cristiana, sino que los defensores de las murallas tuvieron que desplegarse también en el este.
Dos horas antes del amanecer del 28 de abril, se produjo una batalla naval que en esta ocasión benefició a los musulmanes y entregó el control del Cuerno de Oro a los musulmanes.
La última defensa desesperada
Aunque la barrera flotante seguía en pie, e incluso resistió ataques el 16, 17 y 21 de mayo, ya no tenían nada que defender ahora que detrás suyo había barcos musulmanes. Mientras tanto, el 25 de abril los cañones otomanos lograron al fin derribar una de las torres de la Puerta de San Romano y abrieron otras brechas en la muralla frente a la que se concentraba el ejército del sultán. El día 6 de mayo la brecha se agrandó hasta los 3 metros de ancho y el posterior asalto estuvo muy cerca de tener éxito, al menos hasta que la plana mayor bizantina, con el mismísimo emperador Constantino a la cabeza, lo evitaron espadas en mano.
El 11 de abril una nueva brecha, esta vez en la Puerta de Caligaria, precedió un asalto que alcanzó el palacio de Blanquerna. Y precisamente en el subsuelo de esta puerta, los zapadores serbios del sultán se enfrentaron a los zapadores bizantinos en una lucha cuerpo a cuerpo bajo tierra. Los asaltos cada vez se acercaban más a su objetivo y a mediados de mayo una serie de malos presagios extendieron entre el pueblo bizantino la idea de que estaban ante el final. La «Odigitria», el icono más sagrado, se desprendió cuando era llevado en procesión. Al día siguiente, una extraña niebla envolvió la catedral de Santa Sofía, en lo que los musulmanes quisieron ver la luz de Alá.
Entre tantas malas noticias, la noche del 19 de mayo los defensores salieron de las murallas y volaron con barriles de pólvora una de las torres de asedio que usaban los turcos a modo de cobertura. Una esperanza en un mar de malos presagios.
En esas fechas, Mehmet envió una última oferta a Constantino XI temiendo que si no rendía cuanto antes la ciudad pudieran llegar refuerzos venecianos y húngaros. Las condiciones dictadas eran que se le respetaría la vida si se retiraba al sur de Grecia y entregaba la ciudad. «Dios no permita que yo viva como un emperador sin imperio. Si cae mi ciudad, yo caeré con ella. Aquel que quiera huir, puede hacerlo y salvar la vida. Y el que esté preparado para enfrentarse a la muerte, que me siga», afirmó el emperador según las crónicas posteriores. Dicho y hecho. Muchos extranjeros se preparan para zarpar ante la defensa suicida planteada por el emperador.
El 29 de mayo de 1453 se preparó un ataque total desde distintos puntos. Giovanni Giustiniano Longo se situó con 400 italianos y lo mejor de las tropas bizantinas frente a la destrozada puerta de San Romano. Pere Julià y un grupo de soldados catalanes defendió uno de los distritos de la ciudad, la zona del Palacio Bukoleon, al sureste de la ciudad tocando al mar. Y otras compañçias extranjeras se repartieron alrededor de la muralla. Todos ellos debieron hacer frente a los ataques sucesivos y en apariencia interminables que siguieron a un largo bombardeo desde el amanecer. Como si se tratara de las tres líneas de las legiones republicanas de Roma, Mehmet lanzó primero a su fuerza más débil, los regulares; luego a sus tropas provinciales; y finalmente a los jenízaros. 3.000 soldados de esta infantería avanzaron lentamente y en silencio hasta penetrar por la Kernaporta, donde desplegaron sus estandartes antes de ser desalojados por los cristianos por enésima vez. Y es que las balas cada vez sonaban más próximas al cuello del emperador.
Los cristianos seguían soportando estoicos cada golpe hasta que un balazo alcanzó a Giovanni Giustiniano Longo, convertido en un héroe del pueblo, que herido de muerte se retiró a retaguardia. Cuando los italianos vieron a su comandante retirarse creyeron que estaba huyendo y los otomanos incrementaron la presión en la Puerta de San Romano. El frente cristiano cayó en sucesión como piezas de domino.
El nacimiento de Estambul
En medio del pánico cristiano, una unidad de jenízaros al mando de un hombre de estatura gigantesca llamado Hasán de Ulubad tomó la muralla interior en la Puerta de San Romano, según la leyenda. El derrumbe fue completo ante los rumores de que los turcos habían tomado otros puntos de la muralla y la zona portuaria. Los milicianos griegos huyeron a proteger sus casas, mientras que los extranjeros supervivientes, no así los catalanes de Julià fallecidos en la contienda, trataban de llegar a sus barcos. Los genovesesm, por su parte, intentaron cruzar a nado hasta Gálata, al igual que el cardenal Isidoro que lo hizo disfrazado de esclavo.
Sobre lo que le ocurrió a Constantino XI existen dos versiones. Según una de ellas murió defendiendo la puerta de San Romano al grito de «¿no hay un solo cristiano en quien pueda apoyar mi cabeza». La otra versión afirmó que un grupo de infantes de marina turco le mataron cuando trataba de embarcarse en una galera en dirección a Morea.
Las tropas de la guardia de palacio del sultán tomaron posiciones en los principales palacios de la ciudad para que no fueran saqueados y al mediodía entró a caballo el mismísimo sultán en la catedral de Santa Sofía, pronto convertida en una mezquita. Los ricos monasterios ortodoxos fueron saqueados por la marinería, que estaba asaltando las murallas desde distintos puntos, antes de que las tropas del sultán pudieran evitarlo. 4.000 griegos murieron durante el asedio y el posterior saqueo. La aristocracia bizantina que no había logrado huir se concentró en la catedral esperando clemencia de Mehmet. A diferencia de lo acontecido cuando los cruzados cristianos habían tomado la ciudad a la fuerza en 1204, la cifra de ejecutados fue bastante baja y primó el pago de rescates entre los gentiles hombres italianos en manos musulmanas. La rendición de Gálata y los castillos periféricos se sucedió a los pocos días.
La caída de Constantinopla, rebautizada como Estambul, supuso la consolidación del Imperio otomano y el punto final a la historia del Imperio bizantino. Roma había muerto por segunda vez y la Edad Media había dado con sus huesos en tierra. El siguiente objetivo de Mehmet II fue la Europa Oriental, la zona de los Balcanes. En 1456 atacó sin éxito Belgrado, que a duras penas se defendió bajo la dirección del caudillo húngaro János Hunyadi. Precisamente Hungría haría durante décadas de estado tapón entre Occidente y Oriente. No en vano, antes de su muerte el sultán otomano incorporó Albania y expulsó a los genoveses del mar Negro.
En 1480, los turcos desembarcaron en el sur de Italia y conquistaron Otranto. El Mediterráneo se convirtió de repente en un tenebroso lago propiedad de la Sublime Puerta en el que la mismísima Roma estaba amenazado. Del asedio de Constantinopla a la batalla de Lepanto las aguas iban a seguir igual de oscuras.
Es que acabo de leer un artículo sobre la toma de Constantinopla, que suena lejano en el tiempo, pero que ha quedado grabado tal suceso en los devenires históricos de Occidente, al mismo nivel que la caída de Roma, el descubrimiento de América o la Revolución Francesa. Hay un capítulo muy sugerente de los "Momentos estelares de la Humanidad" de Stefan Zweig dedicado a la caída de Constantinopla..., pero aquí copio y pego del artículo del periódico de hoy:
http://www.abc.es/historia/abci-conquista-musulmana-constantinopla-agonizante-resistencia-cristiandad-ignoro-gritos-auxilio-201706060212_noticia.html
La conquista musulmana de Constantinopla, la agonizante resistencia de una cristiandad que ignoró los gritos de auxilio
Conquistar la segunda Roma había sido un viejo sueño medieval para los musulmanes desde el siglo VIII. «La guerra santa es nuestra principal obligación», proclamó el sultán otomano Mehmed II años antes de comenzar la campaña
Para los Reyes Católicos y los grandes nombres de su generación la conquista de Constantinopla fue un acontecimiento clave a la hora de conformar su forma de entender el mundo, tal y como para sus respectivas generaciones lo fue la ejecución de Luis XVI en Francia o la caída del Muro de Berlín. «Esta es la segunda muerte de Homero y también la de Platón. Ahora, Mahoma reina entre nosotros. El peligro turco pende entre nosotros», anunció el futuro Papa Pío II al conocer la noticia. Cuando Occidente creía que había llegado al fin su momento, el Imperio otomano se presentó ante el mundo como la nueva hidra venida de Oriente a conquistar todo lo que se hallara en su camino. La conocida como segunda Roma había sobrevivido a los años más oscuros de la Edad Media a base de una fuerza militar temida y una pujanza comercial que parecía no tener fin, pero nada pudo hacer ante la llegada otomana.
Conquistar Constantinopla había sido un viejo sueño medieval para los musulmanes desde el siglo VIII. «La guerra santa es nuestra principal obligación [...]. Constantinopla, situada en el centro de nuestros dominios, protege a nuestros enemigos e incita contra nosotros. La conquista de la ciudad es, por lo tanto, esencial para el futuro y la seguridad del Estado otomano», proclamó el sultán Mehmed II años antes de comenzar la campaña. Para este sultán turco aquella guerra era, además, algo más que una cruzada religiosa: era la conquista de un mito otomano, «la manzana roja», por la que se harían con el dominio universal una vez tomaran ese territorio. Mas cuando él se consideraba entre su interminable ristra de títulos «soberano de los romanos» de Oriente. A todo ello había que sumar el resquemor que el sultán guardaba al emperador bizantino Constantino IX Paleólogo por apoyar la cruzada cristiana que en 1444 había dividido en dos el emergente Imperio otomano.
Occidente ignora las peticiones de ayuda
Ante la inminente campaña, Constantino XI Paleólogo lanzó una desesperada llamada de auxilio a toda la cristiandad, y uno a uno casi todo los reyes europeos desoyeron la petición alegando causas egoístas. El Papa vio en la angustiosa situación de la ciudad una oportunidad para convencer a la Iglesia ortodoxa griega de que se uniera a la tradición católica a cambio del envío de tropas. El Cardenal Isidoro acudió allí en noviembre de 1452 con 200 soldados napolitanos buscando negociar la unificación entre iglesias, si bien las autoridades bizantinas solo hicieron caso al enviado papal porque pensaban que se trataba de la avanzadilla de un ejército de rescate. Nada más lejos de la realidad, nadie más iría en nombre del Papa.
Las últimas posesiones bizantinas se limitaban a la gran ciudad, varios territorios en Grecia y a varios puertos marítimos de los que las repúblicas italianas sacaban amplias ventajas comerciales. Es por ello que Venecia y Génova sí participarían en la defensa de Constantinopla.
A principios de 1452, la construcción de una enorme fortaleza otomana en territorio bizantino trajo consigo a la desembocadura del Bósforo una flota otomana que cogió por sorpresa a los cristianos. Se trataba de una declaración de intenciones bastante evidente. Constantino se preparó para lo peor y ordenó que se hiciera acopio de alimentos y bebidas a la población, además de hacer un llamamiento para que los pueblos periféricos se refugiaran en la capital. La plata de las iglesias y monasterios fue empleada para pagar a las tropas y mejorar las defensas de la ciudad. También los aliados organizaron entonces sus refuerzos.
El Senado de Venecia estaba dividido entre los que defendían ir en ayuda de sus viejos aliados y los que consideraban a Bizancio una causa perdida y preferían mejorar sus relaciones con los turcos. El Senado armó dos buques de transporte con 400 soldados cada uno custodiados por 15 galeras que zarparon el 8 de abril de 1453 hacia Constantinopla, si bien no llegaron a tiempo de salvar la ciudad. Según el testimonio de Giacomo Tebaldi, la fuerza de rescate veneciano hubiera roto el asedio de haber llegado solo un día antes. Además, las autoridades venecianas de Creta enviaron otros dos buques de guerra, de los que solo uno llegó a su destino. En tanto, los venecianos que estaban en la capital huyeron en su mayoría, seis de ellos incumpliendo las órdenes de Girolamo Minotto, representante del senado en la ciudad.
Por el contrario, Génova, la gran rival de la Serenísima, envió al Cuerno de Oro a 700 soldados al mando de Giovanni Giustiniani Longo, cuyo reputación de experto en asedios le hizo gala del rango de mariscal de todas las tropas terrestres en Constantinopla. Según estimó Giacomo Tebaldi, en la ciudad había un total de entre 30.000 y 35.000 hombres de armas, extranjeros y locales, y cerca de 7.000 soldados profesionales, lo que sumaba unos 42.000 cabezas armadas. El problema era que el grueso del ejército lo formaban milicias y voluntarios extranjeros sin mucha preparación.
El plan de Mehmed II era terminar rápido el asedio sin causar grandes daños materiales en la ciudad, puesto que temía que el paso del tiempo permitiera a Venecia y Hungría salvar la ciudad. Frente a la superioridad numérica musulmana, los cristianos pretendían hacer valer la fortaleza de sus murallas, que ya en 1422 habían frenado un ataque anterior, y valerse del fuego griego (probablemente se tratara de una mezcla de nafta, cal viva, azufre, y nitrato) para arrojarlo sobre los atacantes. Al otro lado de las murallas bizantinas se presentaron más de un centenar de navíos, entre galeras, galeotas y barcos de transporte, y un océano de hombres que alcanzaba los 80.000 soldados. Entre las filas turcas sobresalían los jenízaros, la élite de la infantería otomana reclutada entre los jóvenes cristianos secuestrados en los Balcanes, la mayoría eslavos y albanos.
La artillería otomana marca la diferencia
El 6 de abril la principal fuerza terrestre otomana con los regimientos de palacio del sultán, temida infantería, en el centro avanzó hacia las enormes murallas que defendían por el oeste la ciudad. El sultán situó su tienda en esta posición, frente a la puerta de San Romano. Los primeros asaltos fueron rápidamente rechazados por unas piedras que llevaban siglos en pie.
El resto de la ciudad estaba rodeado de agua y protegida también por murallas, además de que las galeras bizantinas e italianas se concentraron entre la ciudad y la fortaleza de la Galata, en la otra orilla del llamado Cuerno de Oro. El Emperador confiaba en las experimentadas tripulaciones italianas para defender este estrecho. Si el sultán quería tomar la ciudad debería derrotar a la flotilla cristiana, conquistar la Gálata (perteneciente a Génova) por tierra y por supuesto derrumbar las murallas en el oeste.
Con este último fin había trasladado a esta zona unos enormes cañones de artillería que, de tan pesados, necesitaban 60 bueyes para ser movidos. La artillería se concentró a 8 kilómetros de las murallas y se colocaron en zanjas inclinadas sobre grandes bloques de madera para amortiguar las sacudidas que acompañaban a los disparos. Durante el asedio los cañones no dejaron de rugir día y noche, lo que llevó a que varios se recalentaran e incluso se hundieran en el barro. Giacomo Tebaldi cuenta que los otomanos efectuaban entre 100 y 150 disparos diarios, con un consumo de 500 kilogramos de pólvora. El sultán tenía tantos hombres como para arriesgarse a mandarlos a recoger los proyectiles caídos a las puertas de la muralla.
Tras varios asaltos fallidos, en la noche del 18 de abril los musulmanes lanzaron un ataque nocturno en el sector de Mesoteichon que se alargó sin avances durante cuatro horas. Las cosas iban lentas en tierras, pero todavía más en el mar. El primer ataque otomano contra la barrera flotante cristiana acabó en fracaso, al igual que el segundo, pues la flota cristiana contaba con barcos más altos aunque menos numerosos. El 20 de abril, tres grandes buques de transporte papales con armas, tropas y alimentos cruzaron por sorpresa el bloqueo musulmán y entraron en la ciudad junto a un barco bizantino con trigo. Desde la costa, el sultán turco, colérico, se metió con su caballo en el mar lanzando órdenes incomprensibles a su flota. El bloqueo naval debía ser pleno o no serlo... El comandante turco fue azotado, degradado y sustituido por su negligencia.
La moral cristiana se elevó con aquella pequeña victoria sobre la flota turca. Si bien, no iba a haber tiempo para los festejos. El nuevo comandante de la flota trasladó la mayoría de los cañones de sus barcos a tierra para que bombardearan los bajeles cristianos desde detrás de la Gálata, esto es, en un ángulo similar al de los morteros. Igualmente original fue la idea de trasladar por tierra, usando una rampa de madera, a 72 pequeñas galeras al Cuerno de Oro, en la retaguardia de la barrera flotante cristiana. Así no solo quedó en peligro la flota cristiana, sino que los defensores de las murallas tuvieron que desplegarse también en el este.
Dos horas antes del amanecer del 28 de abril, se produjo una batalla naval que en esta ocasión benefició a los musulmanes y entregó el control del Cuerno de Oro a los musulmanes.
La última defensa desesperada
Aunque la barrera flotante seguía en pie, e incluso resistió ataques el 16, 17 y 21 de mayo, ya no tenían nada que defender ahora que detrás suyo había barcos musulmanes. Mientras tanto, el 25 de abril los cañones otomanos lograron al fin derribar una de las torres de la Puerta de San Romano y abrieron otras brechas en la muralla frente a la que se concentraba el ejército del sultán. El día 6 de mayo la brecha se agrandó hasta los 3 metros de ancho y el posterior asalto estuvo muy cerca de tener éxito, al menos hasta que la plana mayor bizantina, con el mismísimo emperador Constantino a la cabeza, lo evitaron espadas en mano.
El 11 de abril una nueva brecha, esta vez en la Puerta de Caligaria, precedió un asalto que alcanzó el palacio de Blanquerna. Y precisamente en el subsuelo de esta puerta, los zapadores serbios del sultán se enfrentaron a los zapadores bizantinos en una lucha cuerpo a cuerpo bajo tierra. Los asaltos cada vez se acercaban más a su objetivo y a mediados de mayo una serie de malos presagios extendieron entre el pueblo bizantino la idea de que estaban ante el final. La «Odigitria», el icono más sagrado, se desprendió cuando era llevado en procesión. Al día siguiente, una extraña niebla envolvió la catedral de Santa Sofía, en lo que los musulmanes quisieron ver la luz de Alá.
Entre tantas malas noticias, la noche del 19 de mayo los defensores salieron de las murallas y volaron con barriles de pólvora una de las torres de asedio que usaban los turcos a modo de cobertura. Una esperanza en un mar de malos presagios.
En esas fechas, Mehmet envió una última oferta a Constantino XI temiendo que si no rendía cuanto antes la ciudad pudieran llegar refuerzos venecianos y húngaros. Las condiciones dictadas eran que se le respetaría la vida si se retiraba al sur de Grecia y entregaba la ciudad. «Dios no permita que yo viva como un emperador sin imperio. Si cae mi ciudad, yo caeré con ella. Aquel que quiera huir, puede hacerlo y salvar la vida. Y el que esté preparado para enfrentarse a la muerte, que me siga», afirmó el emperador según las crónicas posteriores. Dicho y hecho. Muchos extranjeros se preparan para zarpar ante la defensa suicida planteada por el emperador.
El 29 de mayo de 1453 se preparó un ataque total desde distintos puntos. Giovanni Giustiniano Longo se situó con 400 italianos y lo mejor de las tropas bizantinas frente a la destrozada puerta de San Romano. Pere Julià y un grupo de soldados catalanes defendió uno de los distritos de la ciudad, la zona del Palacio Bukoleon, al sureste de la ciudad tocando al mar. Y otras compañçias extranjeras se repartieron alrededor de la muralla. Todos ellos debieron hacer frente a los ataques sucesivos y en apariencia interminables que siguieron a un largo bombardeo desde el amanecer. Como si se tratara de las tres líneas de las legiones republicanas de Roma, Mehmet lanzó primero a su fuerza más débil, los regulares; luego a sus tropas provinciales; y finalmente a los jenízaros. 3.000 soldados de esta infantería avanzaron lentamente y en silencio hasta penetrar por la Kernaporta, donde desplegaron sus estandartes antes de ser desalojados por los cristianos por enésima vez. Y es que las balas cada vez sonaban más próximas al cuello del emperador.
Los cristianos seguían soportando estoicos cada golpe hasta que un balazo alcanzó a Giovanni Giustiniano Longo, convertido en un héroe del pueblo, que herido de muerte se retiró a retaguardia. Cuando los italianos vieron a su comandante retirarse creyeron que estaba huyendo y los otomanos incrementaron la presión en la Puerta de San Romano. El frente cristiano cayó en sucesión como piezas de domino.
El nacimiento de Estambul
En medio del pánico cristiano, una unidad de jenízaros al mando de un hombre de estatura gigantesca llamado Hasán de Ulubad tomó la muralla interior en la Puerta de San Romano, según la leyenda. El derrumbe fue completo ante los rumores de que los turcos habían tomado otros puntos de la muralla y la zona portuaria. Los milicianos griegos huyeron a proteger sus casas, mientras que los extranjeros supervivientes, no así los catalanes de Julià fallecidos en la contienda, trataban de llegar a sus barcos. Los genovesesm, por su parte, intentaron cruzar a nado hasta Gálata, al igual que el cardenal Isidoro que lo hizo disfrazado de esclavo.
Sobre lo que le ocurrió a Constantino XI existen dos versiones. Según una de ellas murió defendiendo la puerta de San Romano al grito de «¿no hay un solo cristiano en quien pueda apoyar mi cabeza». La otra versión afirmó que un grupo de infantes de marina turco le mataron cuando trataba de embarcarse en una galera en dirección a Morea.
Las tropas de la guardia de palacio del sultán tomaron posiciones en los principales palacios de la ciudad para que no fueran saqueados y al mediodía entró a caballo el mismísimo sultán en la catedral de Santa Sofía, pronto convertida en una mezquita. Los ricos monasterios ortodoxos fueron saqueados por la marinería, que estaba asaltando las murallas desde distintos puntos, antes de que las tropas del sultán pudieran evitarlo. 4.000 griegos murieron durante el asedio y el posterior saqueo. La aristocracia bizantina que no había logrado huir se concentró en la catedral esperando clemencia de Mehmet. A diferencia de lo acontecido cuando los cruzados cristianos habían tomado la ciudad a la fuerza en 1204, la cifra de ejecutados fue bastante baja y primó el pago de rescates entre los gentiles hombres italianos en manos musulmanas. La rendición de Gálata y los castillos periféricos se sucedió a los pocos días.
La caída de Constantinopla, rebautizada como Estambul, supuso la consolidación del Imperio otomano y el punto final a la historia del Imperio bizantino. Roma había muerto por segunda vez y la Edad Media había dado con sus huesos en tierra. El siguiente objetivo de Mehmet II fue la Europa Oriental, la zona de los Balcanes. En 1456 atacó sin éxito Belgrado, que a duras penas se defendió bajo la dirección del caudillo húngaro János Hunyadi. Precisamente Hungría haría durante décadas de estado tapón entre Occidente y Oriente. No en vano, antes de su muerte el sultán otomano incorporó Albania y expulsó a los genoveses del mar Negro.
En 1480, los turcos desembarcaron en el sur de Italia y conquistaron Otranto. El Mediterráneo se convirtió de repente en un tenebroso lago propiedad de la Sublime Puerta en el que la mismísima Roma estaba amenazado. Del asedio de Constantinopla a la batalla de Lepanto las aguas iban a seguir igual de oscuras.
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Re: Constantinopla, Otranto, Lepanto... o como el otomano "quería" conquistar Europa
El anterior post, sacado del artículo del periódico, acaba con la mención a la conquista de Otranto, inquietante suceso ocurrido en 1480, con gran sangría del pueblo que sucumbió a las hordas otomanas, pero que, gracias al denonado esfuerzo y oposición del pueblo de Otranto, dio unas semanas cruciales para que el reino de Nápoles acudiera al rescate y terminara abortando la ocupación de aquel rincón de Italia. Imagina que en vez de Otranto hubieran conquistado Brindisi, la verdadera intención otomana. Brindisis, con un puerto grande en el que se podría desembarcar fácilmente, sería el inicio de una ofensiva otomana en pleno corazón del catolicismo europeo, Italia. De haber flaqueado en Italia, los turcos podrían haber llegado a Roma y utilizar las fuentes romanas como abrevaderos de sus caballos. Si cayó la 2ª Roma (Constantinopla), la primera y auténtica Roma estuvo en peligro ante la amenaza turca. Ese peligro seguiría latente hasta que la batalla de Lepanto difuminara esa amenaza para alivio romano y español (ni siquiera España estaría segura si se hubiera perdido la batalla de Lepanto). Pero ahora toca, Otranto. ¿Qué pasó allí?
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Re: Constantinopla, Otranto, Lepanto... o como el otomano "quería" conquistar Europa
Primero, la referencia de Wikipedia, más escueta y corta, para saber qué pasó en Otranto. Luego pondré un artículo más largo. Ahora, la wiki:
https://es.wikipedia.org/wiki/Otranto#Otranto_moderno
Durante la Edad Moderna, más concretamente en 1480, sin embargo, la ciudad cayó (aunque tan sólo temporalmente) en manos del Imperio otomano, como consecuencia de la derrota sufrida por los aragoneses ante los turcos en el sitio de Otranto.
El 28 de julio de 1480, una flota turca al mando de Bajá Gedik Ahmed, que acababa de ser recientemente nombrado jefe del sanjacato de Vlorë, partió del puerto de Vlorë, en la costa albanesa, impulsada por un fuerte viento favorable, aprovechando la oscuridad de la noche para cruzar sin ser advertida el canal de Otranto, de forma que al amanecer la flota se hallaba ante la ciudad de Otranto. Aunque el lugar de destino previsto de la flota turca era inicialmente Brindisi, al darse cuenta del débil estado de las fortificaciones de la ciudad y de las riquezas que atesoraba, los turcos decidieron aprovechar las circunstancias. En teoría, el objetivo buscado por el ataque, que había sido ordenado por el propio sultán Mehmed II, era el de castigar el apoyo que Fernando I de Nápoles prestaba a los caballeros de la Orden del Hospital de San Juan de Jerusalén, que resistían en Rodas a los ataques turcos.
Se enfrentaron así entre 70 y 200 barcos turcos (los números son variables según las fuentes), que transportaban a un ejército formado por entre 18.000 y 100.000 hombres, frente a una reducida guarnición aragonesa de 400 hombres, que se hallaba al mando de Francesco Largo, además de los aproximadamente 6.000 habitantes con que contaba la ciudad por entonces (aunque otras fuentes dan cifras superiores). El 29 de julio tanto la guarnición como los habitantes de la ciudad se vieron obligados a abandonar la misma, incapaces de resistir en sus murallas, para refugiarse en el castillo de Otranto. El 11 de agosto, tras un incensante bombardeo por parte de la artillería, el castillo cayó en manos de los turcos.
Las mujeres y niños de la ciudad que habían sobrevivido a los bombardeos fueron reducidos a la esclavitud, y se exigió a los hombres que renegasen de la religión cristiana, con lo que se les perdonaría la vida. Al menos 800 (en realidad eran 813) se negaron a ello, siendo asesinados. Particularmente salvaje fue el asesinato del arzobispo de Otranto, Stefano Pendinelli,9 que llegó a ser despedazado. Se conoce a las víctimas de estos hechos como los Beatos mártires de Otranto, conservándose sus reliquias en la catedral. Actualmente son los patronos de la ciudad. El papa Clemente XIV les beatificó en 1771.
Canonización de los mártires de Otranto
El Papa Benedicto XVI ha decidido canonizar a 800 mártires italianos asesinados por mano islámica el 13 de agosto de 1480 en Otranto porque rechazaron convertirse y renegar de Cristo. “Los beatos mártires de Otranto, Antonio Primaldo y compañeros, murieron por su fidelidad a Cristo, pronto se convertirán en santos”, han anunciado conjuntamente la Santa Sede y el arzobispo pugliano, monseñor Donato Negro, después que Benedicto XVI recibiera en audiencia al cardenal Amato, Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, autorizando la promulgación del decreto concerniente a un milagro atribuido a la intercesión de los mártires.
En el siglo XVI Otranto fue asediada por los turcos y, después de una larga batalla, cayó bajo el dominio otomano. El comandante de los turcos, Bajá Gedik Ahmed, ordenó que todos los hombres sobrevivientes, cerca de 800, desde los 15 años para arriba, fuesen obligados a renegar de la fe cristiana. Antonio Primaldo, un humilde zapatero (si bien otras crónicas relatan que era sastre), en nombre de todos los cristianos prisioneros declaró que ninguno de ellos se convertiría. “Ellos consideraban a Jesucristo como Hijo de Dios y querían mil veces morir antes que renegar de Él y hacerse musulmanes”, cuentan las crónicas llegadas hasta nosotros. Frente a esta respuesta, el bajá Ahmed condenó a muerte a los 800 prisioneros.
Antonio Primaldo y sus compañeros fueron de inmediato reconocidos mártires por la población y cada año la Iglesia local, el 14 de agosto, celebra devotamente su memoria. El 14 de diciembre de 1771 fue emanado el decreto de confirmación del culto “ab immemorabili” tributado a los mártires. Luego cayó el silencio. Sólo en 1988 fue nombrada por el entonces arzobispo de Otranto la comisión histórica para investigar sobre el acontecimiento y en los años 1991-1993 se realizó la investigación diocesana, reconocida válida por la Congregación para las Causas de los Santos con decreto del 27 de mayo de 1994. El 6 de julio de 2007 Benedicto XVI ha aprobado el decreto con el que se reconocía que los Beatos Antonio Primaldo y compañeros habían sido asesinados por su fidelidad a Cristo.
“Nuestra diócesis esperaba este momento desde hace tiempo – escribe monseñor Negro. En una época de crisis profunda, la inminente canonización de nuestros mártires es una fuerte invitación a vivir hasta el fondo el martirio cotidiano, hecho de fidelidad a Cristo y a su Iglesia”. El milagro reconocido (necesario para el decreto) se refiere a la curación de un cáncer de Sor Francesca Levote, monja profesa de las Hermanas Pobres de Santa Clara.
A pesar de la organización de un ejército aragonés para la reconquista de la ciudad, con el apoyo del papa Sixto IV, Otranto siguió en manos turcas hasta el 10 de septiembre de 1481 (otras fuentes dan como fecha el 8 de septiembre), fecha en que el bajá Ahmed aceptó pactar con el duque Alfonso de Calabria una rendición que le permitía regresar a Albania. Tras el abandono de la ciudad por los turcos, la antaño floreciente Otranto había quedado reducida a un montón de ruinas y tan sólo sobrevivían 300 de sus habitantes.
Por otra parte, durante sus correrías por la región los turcos destruyeron también diversos lugares próximos a la ciudad, como el cercano monasterio de San Nicola di Casole, que reunía una de las más extensas bibliotecas de la Cristiandad occidental, así como un taller para la copia de manuscritos.
Otra entrada de la wiki, esta referida a los mártires de Otranto:
https://es.wikipedia.org/wiki/M%C3%A1rtires_de_Otranto
Antonio Primaldo y sus compañeros mártires, también conocidos como los Mártires de Otranto, fueron 813 habitantes de la ciudad salentina de Otranto en el sur de Italia que fueron asesinados el 14 de agosto de 1480 por rechazar convertirse al Islam después de que la ciudad cayera en manos de los otomanos comandados por el visir Gedik Ahmed Pasha. Fueron beatificados por el papa Clemente XIV el 14 de diciembre de 1771, y canonizados por el papa Francisco el 12 de mayo de 2013. Son santos patrones de la ciudad de Otranto y de la Archidiócesis de Otranto.
Historia
Pintura en la Catedral de Nápoles que grafica la concepción del artista de la matanza de ciudadanos de Otranto por parte de los turcos en 1480. Nótese la figura decapitada de Antonio Primaldo que persiste en mantenerse de pie como símbolo de la firmeza de su fe.
El 28 de julio 1480 un ejército otomano comandado por Gedik Ahmed Pasha y formado por 90 galeras, 40 galeotas, y otros buques con alrededor de 150 tripulantes y 18 000 soldados desembarcó frente a la ciudad de Otranto. La ciudad resistió enérgicamente los ataques terrestres otomanos, pero no pudo resistir al bombardeo por mucho tiempo. Así pues, los soldados y los habitantes del pueblo abandonaron la parte principal de la ciudad el 29 de julio, refugiándose en la ciudadela, mientras que los otomanos comenzaron a bombardear las casas vecinas.
Más tarde, Gedik Ahmet Pasha ofreció a los defensores de la ciudad la oportunidad de rendirse, pero éstos se negaron y en respuesta la artillería turca reanudó los bombardeos. El 11 de agosto, después de 15 días de asedio, Gedik Ahmet Pasha ordenó el ataque final, en el cual consiguió romper las defensas de la ciudad y conquistar el castillo.
A continuación perpetró una masacre en la que todos los varones más de quince años fueron asesinados, mientras que las mujeres y los niños fueron esclavizados. Según algunas reconstrucciones históricas, murieron 12 000 personas y 5 000 fueron esclavizadas, incluyendo también las víctimas de los territorios de la península de Salento alrededor de la ciudad.
A pesar de que la ciudadela había caído, aún quedaban refugiados algunos sobrevivientes y miembros del clero en la catedral para rezar junto con el arzobispo Stefano Pendinelli. Gedik Ahmet Pasha les ordenó renunciar a su fe cristiana, a lo cual los ciudadanos se negaron. Por lo tanto, ordenó a sus soldados que entraran en la catedral y capturaran a todos. Los ciudadanos fueron ejecutados, y el edificio, símbolo de resistencia, se transformó en un establo para caballos.
Destaca entre las muertes la del anciano Arzobispo Pendinelli, que pidió a los supervivientes que se encomendaran a Dios antes de morir, por ser especialmente brutal. Los otomanos le despezaron con cimitarras, mientras que su cabeza fue empalada en una estaca y llevada por las calles de la ciudad.
El 14 de agosto, el propio Gedik Ahmet Pasha ató a los pocos sobrevivientes y los hizo arrastrar hasta la cercana Colina de Minerva, donde al menos 800 de ellos fueron decapitados delante de sus familias, forzadas a ver la ejecución. El primero en ser decapitado fue Antonio Primaldo. La tradición dice que su cuerpo, después de ser decapitado, permaneció de pie a pesar de los esfuerzos de los verdugos para reducirle hasta que el último de los habitantes fue ejecutado.
Paralelamente, durante la masacre de las crónicas locales cuentan que un turco llamado Bersabei se convirtió al cristianismo conmovido al ver cómo los habitantes de Otranto murieron por su fe y como castigo fue igualmente martirizado por sus propios camaradas.
Entre los 813 mártires de Otranto destaca también la figura de Macario Nachira, un monje de origen noble que defendió intensamente su fe hasta morir.
Finalmente, después de trece meses en manos turcas, Otranto fue recuperada por el ejército aragonés de Alfonso II de Nápoles, hijo del rey.
Canonización
La apertura del proceso de canonización tuvo lugar en 1539. El 14 de diciembre de 1771 el papa Clemente XIV beatificó a los más de 800 pobladores asesinados en la Colina de Minerva. Su canonización fue aprobada en 2013 durante el pontificado de Benedicto XVI. La celebración de la canonización tuvo lugar el 12 de mayo de 2013 en la Plaza de San Pedro, durante el pontificado del papa Francisco, y se convirtió en la canonización conjunta del mayor número de personas jamás celebrada en la historia de la Iglesia.
https://es.wikipedia.org/wiki/Otranto#Otranto_moderno
Durante la Edad Moderna, más concretamente en 1480, sin embargo, la ciudad cayó (aunque tan sólo temporalmente) en manos del Imperio otomano, como consecuencia de la derrota sufrida por los aragoneses ante los turcos en el sitio de Otranto.
El 28 de julio de 1480, una flota turca al mando de Bajá Gedik Ahmed, que acababa de ser recientemente nombrado jefe del sanjacato de Vlorë, partió del puerto de Vlorë, en la costa albanesa, impulsada por un fuerte viento favorable, aprovechando la oscuridad de la noche para cruzar sin ser advertida el canal de Otranto, de forma que al amanecer la flota se hallaba ante la ciudad de Otranto. Aunque el lugar de destino previsto de la flota turca era inicialmente Brindisi, al darse cuenta del débil estado de las fortificaciones de la ciudad y de las riquezas que atesoraba, los turcos decidieron aprovechar las circunstancias. En teoría, el objetivo buscado por el ataque, que había sido ordenado por el propio sultán Mehmed II, era el de castigar el apoyo que Fernando I de Nápoles prestaba a los caballeros de la Orden del Hospital de San Juan de Jerusalén, que resistían en Rodas a los ataques turcos.
Se enfrentaron así entre 70 y 200 barcos turcos (los números son variables según las fuentes), que transportaban a un ejército formado por entre 18.000 y 100.000 hombres, frente a una reducida guarnición aragonesa de 400 hombres, que se hallaba al mando de Francesco Largo, además de los aproximadamente 6.000 habitantes con que contaba la ciudad por entonces (aunque otras fuentes dan cifras superiores). El 29 de julio tanto la guarnición como los habitantes de la ciudad se vieron obligados a abandonar la misma, incapaces de resistir en sus murallas, para refugiarse en el castillo de Otranto. El 11 de agosto, tras un incensante bombardeo por parte de la artillería, el castillo cayó en manos de los turcos.
Las mujeres y niños de la ciudad que habían sobrevivido a los bombardeos fueron reducidos a la esclavitud, y se exigió a los hombres que renegasen de la religión cristiana, con lo que se les perdonaría la vida. Al menos 800 (en realidad eran 813) se negaron a ello, siendo asesinados. Particularmente salvaje fue el asesinato del arzobispo de Otranto, Stefano Pendinelli,9 que llegó a ser despedazado. Se conoce a las víctimas de estos hechos como los Beatos mártires de Otranto, conservándose sus reliquias en la catedral. Actualmente son los patronos de la ciudad. El papa Clemente XIV les beatificó en 1771.
Canonización de los mártires de Otranto
El Papa Benedicto XVI ha decidido canonizar a 800 mártires italianos asesinados por mano islámica el 13 de agosto de 1480 en Otranto porque rechazaron convertirse y renegar de Cristo. “Los beatos mártires de Otranto, Antonio Primaldo y compañeros, murieron por su fidelidad a Cristo, pronto se convertirán en santos”, han anunciado conjuntamente la Santa Sede y el arzobispo pugliano, monseñor Donato Negro, después que Benedicto XVI recibiera en audiencia al cardenal Amato, Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, autorizando la promulgación del decreto concerniente a un milagro atribuido a la intercesión de los mártires.
En el siglo XVI Otranto fue asediada por los turcos y, después de una larga batalla, cayó bajo el dominio otomano. El comandante de los turcos, Bajá Gedik Ahmed, ordenó que todos los hombres sobrevivientes, cerca de 800, desde los 15 años para arriba, fuesen obligados a renegar de la fe cristiana. Antonio Primaldo, un humilde zapatero (si bien otras crónicas relatan que era sastre), en nombre de todos los cristianos prisioneros declaró que ninguno de ellos se convertiría. “Ellos consideraban a Jesucristo como Hijo de Dios y querían mil veces morir antes que renegar de Él y hacerse musulmanes”, cuentan las crónicas llegadas hasta nosotros. Frente a esta respuesta, el bajá Ahmed condenó a muerte a los 800 prisioneros.
Antonio Primaldo y sus compañeros fueron de inmediato reconocidos mártires por la población y cada año la Iglesia local, el 14 de agosto, celebra devotamente su memoria. El 14 de diciembre de 1771 fue emanado el decreto de confirmación del culto “ab immemorabili” tributado a los mártires. Luego cayó el silencio. Sólo en 1988 fue nombrada por el entonces arzobispo de Otranto la comisión histórica para investigar sobre el acontecimiento y en los años 1991-1993 se realizó la investigación diocesana, reconocida válida por la Congregación para las Causas de los Santos con decreto del 27 de mayo de 1994. El 6 de julio de 2007 Benedicto XVI ha aprobado el decreto con el que se reconocía que los Beatos Antonio Primaldo y compañeros habían sido asesinados por su fidelidad a Cristo.
“Nuestra diócesis esperaba este momento desde hace tiempo – escribe monseñor Negro. En una época de crisis profunda, la inminente canonización de nuestros mártires es una fuerte invitación a vivir hasta el fondo el martirio cotidiano, hecho de fidelidad a Cristo y a su Iglesia”. El milagro reconocido (necesario para el decreto) se refiere a la curación de un cáncer de Sor Francesca Levote, monja profesa de las Hermanas Pobres de Santa Clara.
A pesar de la organización de un ejército aragonés para la reconquista de la ciudad, con el apoyo del papa Sixto IV, Otranto siguió en manos turcas hasta el 10 de septiembre de 1481 (otras fuentes dan como fecha el 8 de septiembre), fecha en que el bajá Ahmed aceptó pactar con el duque Alfonso de Calabria una rendición que le permitía regresar a Albania. Tras el abandono de la ciudad por los turcos, la antaño floreciente Otranto había quedado reducida a un montón de ruinas y tan sólo sobrevivían 300 de sus habitantes.
Por otra parte, durante sus correrías por la región los turcos destruyeron también diversos lugares próximos a la ciudad, como el cercano monasterio de San Nicola di Casole, que reunía una de las más extensas bibliotecas de la Cristiandad occidental, así como un taller para la copia de manuscritos.
Otra entrada de la wiki, esta referida a los mártires de Otranto:
https://es.wikipedia.org/wiki/M%C3%A1rtires_de_Otranto
Antonio Primaldo y sus compañeros mártires, también conocidos como los Mártires de Otranto, fueron 813 habitantes de la ciudad salentina de Otranto en el sur de Italia que fueron asesinados el 14 de agosto de 1480 por rechazar convertirse al Islam después de que la ciudad cayera en manos de los otomanos comandados por el visir Gedik Ahmed Pasha. Fueron beatificados por el papa Clemente XIV el 14 de diciembre de 1771, y canonizados por el papa Francisco el 12 de mayo de 2013. Son santos patrones de la ciudad de Otranto y de la Archidiócesis de Otranto.
Historia
Pintura en la Catedral de Nápoles que grafica la concepción del artista de la matanza de ciudadanos de Otranto por parte de los turcos en 1480. Nótese la figura decapitada de Antonio Primaldo que persiste en mantenerse de pie como símbolo de la firmeza de su fe.
El 28 de julio 1480 un ejército otomano comandado por Gedik Ahmed Pasha y formado por 90 galeras, 40 galeotas, y otros buques con alrededor de 150 tripulantes y 18 000 soldados desembarcó frente a la ciudad de Otranto. La ciudad resistió enérgicamente los ataques terrestres otomanos, pero no pudo resistir al bombardeo por mucho tiempo. Así pues, los soldados y los habitantes del pueblo abandonaron la parte principal de la ciudad el 29 de julio, refugiándose en la ciudadela, mientras que los otomanos comenzaron a bombardear las casas vecinas.
Más tarde, Gedik Ahmet Pasha ofreció a los defensores de la ciudad la oportunidad de rendirse, pero éstos se negaron y en respuesta la artillería turca reanudó los bombardeos. El 11 de agosto, después de 15 días de asedio, Gedik Ahmet Pasha ordenó el ataque final, en el cual consiguió romper las defensas de la ciudad y conquistar el castillo.
A continuación perpetró una masacre en la que todos los varones más de quince años fueron asesinados, mientras que las mujeres y los niños fueron esclavizados. Según algunas reconstrucciones históricas, murieron 12 000 personas y 5 000 fueron esclavizadas, incluyendo también las víctimas de los territorios de la península de Salento alrededor de la ciudad.
A pesar de que la ciudadela había caído, aún quedaban refugiados algunos sobrevivientes y miembros del clero en la catedral para rezar junto con el arzobispo Stefano Pendinelli. Gedik Ahmet Pasha les ordenó renunciar a su fe cristiana, a lo cual los ciudadanos se negaron. Por lo tanto, ordenó a sus soldados que entraran en la catedral y capturaran a todos. Los ciudadanos fueron ejecutados, y el edificio, símbolo de resistencia, se transformó en un establo para caballos.
Destaca entre las muertes la del anciano Arzobispo Pendinelli, que pidió a los supervivientes que se encomendaran a Dios antes de morir, por ser especialmente brutal. Los otomanos le despezaron con cimitarras, mientras que su cabeza fue empalada en una estaca y llevada por las calles de la ciudad.
El 14 de agosto, el propio Gedik Ahmet Pasha ató a los pocos sobrevivientes y los hizo arrastrar hasta la cercana Colina de Minerva, donde al menos 800 de ellos fueron decapitados delante de sus familias, forzadas a ver la ejecución. El primero en ser decapitado fue Antonio Primaldo. La tradición dice que su cuerpo, después de ser decapitado, permaneció de pie a pesar de los esfuerzos de los verdugos para reducirle hasta que el último de los habitantes fue ejecutado.
Paralelamente, durante la masacre de las crónicas locales cuentan que un turco llamado Bersabei se convirtió al cristianismo conmovido al ver cómo los habitantes de Otranto murieron por su fe y como castigo fue igualmente martirizado por sus propios camaradas.
Entre los 813 mártires de Otranto destaca también la figura de Macario Nachira, un monje de origen noble que defendió intensamente su fe hasta morir.
Finalmente, después de trece meses en manos turcas, Otranto fue recuperada por el ejército aragonés de Alfonso II de Nápoles, hijo del rey.
Canonización
La apertura del proceso de canonización tuvo lugar en 1539. El 14 de diciembre de 1771 el papa Clemente XIV beatificó a los más de 800 pobladores asesinados en la Colina de Minerva. Su canonización fue aprobada en 2013 durante el pontificado de Benedicto XVI. La celebración de la canonización tuvo lugar el 12 de mayo de 2013 en la Plaza de San Pedro, durante el pontificado del papa Francisco, y se convirtió en la canonización conjunta del mayor número de personas jamás celebrada en la historia de la Iglesia.
Avedo- Veterano Plus
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Re: Constantinopla, Otranto, Lepanto... o como el otomano "quería" conquistar Europa
Y ahora tocho, tochísimo artículo de Sandro Magister, vaticanólogo de pro, italiano..., pero cuyos artículos trascienden Italia e incluso están traducidos al español, basado en un escrito de Alfredo Mantovano, senador republicano italiano. Es un artículo del año 2007..., pero sigue de actualidad, pues la morisma sigue degollando y decapitando infieles, igual en el 2007 que ahora mismo (curiosamente, el senador hace referencia a la bandera arcoíris...., pero en Italia la bandera arcoíris no es la bandera del lobby LGTB, sino del movimiento pacifista. La verdad es que..., me he enterado esta semana que la bandera de los LGTB no tiene los 7 colores del arcoíris, sino solamente 6... Pues en Italia, la bandera arcoíris es la de la paz, nada de LGTB ni sus lobbys). Hala, tocho-post. Quien llegue al final, es que le gusta leer.
http://chiesa.espresso.repubblica.it/articolo/161401%26sp%3Dy.html
Lectura de agosto: cómo los ochocientos de Otranto salvaron Roma
Fueron martirizados hace cinco siglos en la región más oriental de Italia, la más expuesta a los ataques de los musulmanes. El objetivo del califa Mahoma II era el de conquistar Roma, después que ya había tomado Constantinopla. Pero lo detuvieron unos cristianos dispuestos a defender la fe con la sangre
por Sandro Magister
ROMA, 14 de agosto del 2007 – Se lee en el Martirologio Romano, es decir en le calendario litúrgico de los santos y beatos puesto al día según lo prescriben los decretos del Concilio Vaticano II y el promulgado por Juan Pablo II, que hoy la Iglesia recuerda y venera...
“... los cerca de ochocientos beatos mártires que en Otranto, en Puglia, apremiados por el asalto de los soldados otomanos a renegar de la fe, fueron exhortados por el beato Antonio Primaldo, anciano tejedor, a perseverar en Cristo, y obtuvieron así con la decapitación la corona del martirio”.
El martirio de estos ochocientos ocurrió en 1480, en el día de su memoria litúrgica, el 14 de agosto.
Por ellos, cinco siglos después, en 1980, Juan Pablo II se trasladó a Otranto, la ciudad italiana en la que fueron martirizados.
Y este año, el 6 de julio, Benedicto XVI ha autenticado definitivamente su martirio, con un decreto promulgado por la congregación de la causa de los santos.
¿Pero quiénes fueron los ochocientos de Otranto? ¿Y por qué fueron asesinados? Su historia es de extraordinaria actualidad. Como es hasta ahora actual el conflicto entre Islam y cristianismo, en el que ellos sacrificaron la vida.
Es lo que muestra en el relato que sigue – aparecido el 14 de julio pasado en “Il Foglio” – Alfredo Mantovano, jurista católico, senador de la república y coterráneo de aquellos mártires, nacido en el sur de Puglia, la región de Otranto:
"Dispuestos a morir mil veces por Él..."
por Alfredo Mantovano
El 6 de julio del 2007 Benedicto XVI recibió al prefecto de la congregación para la causa de los santos, el cardenal José Saraiva Martins, y autorizó la publicación del decreto de autenticación del martirio del beato Antonio Primaldo y de sus compañeros laicos, “asesinados por odio a la fe” en Otranto el 14 de agosto del 1480.
Antonio Primaldo es el único del que ha sido trasmitido el nombre. Los otros compañeros suyos de martirio son ochocientos desconocidos pescadores, artesanos, pastores y agricultores de una pequeña ciudad, cuya sangre, hace cinco siglos, fue esparcida sólo porque eran cristianos.
Ochocientos hombres, los cuales sufrieron al momento, hace cinco siglos, el trato reservado en el 2004 al americano Nick Berg, capturado por terroristas islámicos en Irak mientras realizaba su trabajo de técnico de antenas y asesinado al grito de “¡Alá es grande!”. Su verdugo, después de haberle cortado la yugular, pasó la hoja en torno al cuello, hasta arrancarle la cabeza, y la mostró como un trofeo. Exactamente como hizo en 1480 el verdugo otomano con cada uno de los ochocientos de Otranto.
* * *
La ejecución en masa tiene un prólogo, el 29 de julio de 1480. Son las primeras horas de la mañana: desde las murallas de Otranto comienza a distinguirse en el horizonte haciéndose cada vez más visible una flota compuesta de 90 galeras, 15 mahonas y 48 galeotas, con 18 mil soldados a bordo. La armada es guiada por el bajá Agometh; quien está a las órdenes de Mahoma II, llamado Fatih, el Conquistador, o sea el sultán que en 1451, apenas a los 21 años, había ascendido a jefe de la tribu de los otomanos, que a su vez se había impuesto sobre el mosaico de los emiratos islámicos un siglo y medio antes.
En 1453, guiando un ejército de 260 mil turcos, Mahoma II había conquistado Bizancio, la “segunda Roma”, y desde ese momento cultivaba el proyecto de expugnar la “primera Roma”, la Roma verdadera, y de transformar la basílica de San Pedro en establo para sus caballos.
En junio del 1480 juzga maduro el tiempo para completar la obra: quita el asedio a Rodi, defendida con coraje por sus caballeros, y dirige la flota hacia el mar Adriático. La intención es tocar tierra en Brindisi, cuyo puerto es amplio y cómodo: desde Brindisi proyecta ascender por Italia hasta alcanzar la sede del papado. Pero un fuerte viento contrario obliga las naves a tocar tierra 50 millas más al sur, y a desembarcar en una localidad llamada Roca, a algunos kilómetros de Otranto.
* * *
Otranto era – y es – la ciudad más oriental de Italia. Tiene un pasado rico de historia: las cercanías inmediatas estaban habitadas probablemente ya desde el Paleolítico, ciertamente desde el Neolítico. Después fue poblada por los mesapios, estirpe que precedía a los griegos, por lo tanto – conquistada por estos – entró en la Magna Grecia y, después, cayó en manos de los romanos, volviéndose pronto municipio.
La importancia de su puerto la había hecho asumir el rol de puente entre oriente y occidente, consolidado en el plano cultural y político por la presencia de un importante monasterio de monjes basilianos, el de san Nicola en Casole, del que hoy restan un par de columnas en el camino que conduce a Leuca.
En su espléndida iglesia catedral, construida entre el 1080 y 1088, el 1095 fue impartida la bendición a doce mil cruzados que, bajo el comando del príncipe Boemondo I de Altavilla, partieron para liberar y para proteger el Santo Sepulcro de Jerusalén. De regreso de Tierra Santa, precisamente en Otranto, san Francisco de Asís toco puerto en 1219, recibido con grandes honores.
* * *
Cuando desembarcaron los otomanos, la ciudad pudo contar con una guarnición de sólo 400 hombres armados, y para esto los capitanes de la guarnición se apresuraron a pedir ayuda al rey de Nápoles, Ferrante de Aragón, enviándole una misiva.
Circundado por el asedio, el castillo, dentro de cuyas murallas se habían refugiado todos los habitantes del barrio, el bajá Agometh, a través de un mensajero, propone que se rindan con condiciones ventajosas: si no resisten, los hombres y las mujeres serán dejados libres y no recibirán ninguna injuria. La respuesta llega de uno de los notables de la ciudad, Ladislao De Marco: hace saber que si los asediantes quieren Otranto deberán tomarla con las armas.
Al embajador se le ordena no regresar más, y cuando llega el segundo mensajero con la misma propuesta de que se rindan, es atravesado por las flechas. Para despejar toda equivocación, los capitanes toman las llaves de las puertas de la ciudad y en modo visible, desde una torre, las lanzan al mar, en presencia del pueblo. Durante la noche, buena parte de los soldados de la guarnición se descuelga de los muros de la ciudad con sogas y escapa. Para defender Otranto quedan sólo sus habitantes.
* * *
El asedio que sigue es un martilleo: las bombardas turcas derriban la ciudad, centenares de gruesas piedras (muchas son todavía hoy visibles por las calles del centro histórico de la ciudad). Después de quince días, al amanecer del 12 de agosto, los otomanos concentran el fuego contra uno de los puntos más débiles de las murallas, abren una brecha, irrumpen en las calles, masacran a quien se le ponga a tiro, llegan a la catedral, en la cual muchos se han refugiado. Derriban la puerta y se esparcen en el templo, alcanzan al arzobispo Stefano, que estaba con los atuendos pontificales y con el crucifijo en mano. A ser intimado de no nombrar más a Cristo, ya que desde aquel momento mandaba Mahoma, el arzobispo responde exhortando a los asaltantes a la conversión, y por esto se le corta la cabeza con una cimitarra.
El 13 de agosto Agometh pide y obtiene la lista de los habitantes capturados, exceptuando a las mujeres y los muchachos menores de 15 años.
* * *
Así lo cuenta Saverio de Marco en la "Compendiosa historia de los ochocientos mártires de Otranto" publicada en el 1905:
“En número de cerca ochocientos fueron presentados al bajá que tenía a su lados a un cura miserable, nativo de Calabria, de nombre Giovanni, apostata de la fe. Este empleó su satánica elocuencia con el fin de persuadir a los cristianos que, abandonando a Cristo abrasaran el islamismo, seguros de que la buena gracia de Agometh, quien los habría dejado con vida, con el sostenimiento y todos los bienes de los que gozaban en la patria; en caso contrario serían todos asesinados. Entre aquellos héroes hubo uno de nombre Antonio Primaldo, sastre de profesión, avanzado de edad, pero lleno de religión y de fervor. Este respondió a nombre de todos: “Todos queremos creer en Jesucristo, Hijo de Dios, y estar dispuestos a morir mil veces por Él'".
Agrega el primero de los cronistas, Giovanni Michele Laggetto, en la “Historia de la guerra de Otranto del 1480” transcrita de un antiguo manuscrito y publicada en 1924:
“Y volteándose a los cristianos Primaldo dijo estas palabras: ‘Hermanos míos, hasta hoy hemos combatido en defensa de nuestra patria y para salvar la vida y por nuestros gobernantes terrenos; ahora es tiempo de que combatamos para salvar nuestras almas para el Señor, el cual habiendo muerto por nosotros en la cruz conviene que muramos nosotros por Él, permaneciendo seguros y constantes en la fe, y con esta muerte terrena ganaremos la vida eterna y la gloria del martirio’. A estas palabras comenzaron a gritar todos a una sola voz con mucho fervor que querían mil veces morir con cualquier tipo de muerte antes que renegar de Cristo”.
* * *
Agometh decreta la condena a muerte de todos los ochocientos prisioneros. A la mañana siguiente estos son conducidos con sogas al cuello y con las manos atadas a la espalda, a la colina de la Minerva, pocos cientos de metros fuera de la ciudad. Sigue escribiendo De Marco:
“Repitieron todos la profesión de fe y la generosa respuesta dada antes; por ello el tirano ordenó que se procediese a la decapitación y, antes que a los otros, fuese cortada la cabeza al viejo Primaldo, que le resultaba muy odioso, porque no dejaba de hacer de apóstol entre los suyos, más aún, antes de inclinar la cabeza sobre la roca, afirmaba a sus compañeros que veía el cielo abierto y los ángeles animando; que se mantuvieran fuertes en la fe y que mirasen el cielo ya abierto para recibirlos. Dobló la frente, se le cortó la cabeza, pero el cuerpo se puso de pie: y a pesar de los esfuerzos de los asesinos, permaneció erguido inmóvil, hasta que todos fueron decapitados. El prodigio evidentemente estrepitoso habría sido una lección para la salvación de aquellos infieles, si no hubieran sido rebeldes a la luz que ilumina a todo hombre que vive en el mundo. Un solo verdugo, de nombre Berlabei, valerosamente creyó en el milagro y, declarándose en alta voz cristiano, fue condenado a la pena del palo”.
Durante el proceso para la beatificación de los ochocientos, en 1539, cuatro testigos oculares refirieron el prodigio de Antonio Primaldo, que permaneció en pie después de la decapitación, y la conversión y el martirio del verdugo. Así lo cuenta uno de los cuatro, Francesco Cerra, que en 1539 tenía 72 años:
“Antonio Primaldo fue el primer asesinado y sin cabeza estuvo firme en pie, ni todos los esfuerzos del enemigo lo pudieron abatir, hasta que todos fueron asesinados. El verdugo, estupefacto por el milagro, confesó que la fe católica era la verdadera, e insistió en hacerse cristiano, y esta fue la causa por la que por orden del bajá fue condenado a la muerte de palo”.
* * *
Quinientos años después, el 5 de octubre de 1980, Juan Pablo II se trasladó a Otranto para recordar el sacrificio de los ochocientos.
Es una espléndida mañana de sol en la explanada que está debajo de la Colina de Minerva, desde 1480 llamada la Colina de los Mártires. El pontífice polaco aprovecha la ocasión para dirigir una invitación, actual ahora como entonces:
“No olvidemos a los mártires de nuestros tiempos. No nos comportemos como si ellos no existieran”.
El Papa exhorta a mirar más allá del mar, y recuerda expresamente el sufrimiento del pueblo de Albania, a la cual en aquel momento – sometida a una de las más feroces realizaciones del comunismo – nadie prestaba atención. Subraya que “los beatos mártires de Otranto nos han dejado dos consignas fundamentales: el amor a la patria terrena y la autenticidad de la fe cristiana. El cristiano ama su patria terrena. El amor a la patria es una virtud cristiana”.
* * *
El sacrificio de los ochocientos de Otranto no es importante solamente en el plano de la fe. Las dos semanas de resistencia de la ciudad le permitieron al ejército del rey de Nápoles organizarse y acercarse a aquellos lugares, impidiendo así a los 18 mil otomanos invadir la región de Puglia por entero.
Los cronistas de la época no exageran al afirmar que la salvación de Italia meridional fue garantizada por Otranto: y no sólo eso, si es que es verdad que la noticia de la toma de la ciudad inicialmente había inducido al pontífice entonces reinante, Sixto IV, a programar su traslado a Avignon, por el temor a que los otomanos se acercasen a Roma.
El Papa renuncia al intento cuando el rey de Nápoles, Ferrante, encarga al hijo Alfonso, duque de Calabria, trasladarse a Puglia, y le confía la tarea de reconquistar Otranto. Lo que ocurre el 13 de setiembre de 1481, después de que Agometh había regresado a Turquía y Mahoma II había muerto.
* * *
Lo que hace de este extraordinario episodio algo lleno de significado, también para el hombre europeo de hoy, es que en la historia del cristianismo no han faltado nunca testimonios de fe y de valores civiles, ni han faltado nunca grupos de hombre que han afrontado con coraje pruebas extremas. Pero jamás ha ocurrido un episodio de proporciones colectivas tan extensas: una entera ciudad en un inicio combate como puede y se mantiene por varios días asediada; y después rechaza con firmeza la propuesta de abjurar la fe. Sobre la Colina de la Minerva, fuera del viejo Antonio Primaldo, no resalta individualidad alguna, si es verdad que no se sabe el nombre de los ochocientos mártires: confirma el hecho está que no son pocos héroes individuales sino que es una entera población la que afronta la prueba.
* * *
Todo sucede también por la indiferencia de los responsables políticos de la Europa de la época, frente a la amenaza otomana.
En 1459 el Papa Pío II convocó en Mantova un congreso al que había invitado a los jefes de los estados cristianos, y en el discurso introductivo había delineado sus culpas frente a la avanzada turca. Pero aunque en esa reunión fuera decidida la guerra para contener esta avanzada, después no continuó nada, a causa de la oposición de Venecia y de la dejadez de Alemania y de Francia.
Después que los musulmanes conquistaron la isla de Negroponte, perteneciente a Venecia, una nueva alianza contra los otomanos propuesta por el Papa Pío II fue llevada al fracaso por los señores de Milán y de Florencia, dispuestos a aprovecharse de la situación crítica en la cual se encontraba Venecia.
La década siguiente, con Sixto IV que llegó a ser pontífice en 1471, registra el homicidio de Galeazzo Sforza duque de Milán, la alianza antiromana de 1474 entre Milán, Venecia y Florencia, la florentina Conjura de los Pazzi de 1478 y la guerra que le continúa entre el Papa y el rey de Nápoles, por una parte, y por otra Florencia, ayudada por Milán, Venecia y Francia... Todo con gran ventaja para los otomanos, como escribe Ludwig von Pastor en su “Historia de los Papas”:
“Lorenzo el Magnífico, que había advertido a Ferrante no prestarse al juego y a las aspiraciones de los extranjeros, fue precisamente quien estimuló a Venecia para que se pusiera de acuerdo con los turcos y los empujase a asaltar las orillas adriáticas del reino de Nápoles, con el fin de alterar los planes de Ferdinando y de su hijo. [...] Venecia, firmada en 1479 la paz con los turcos, se adhirió al plan de Lorenzo el Magnífico con la esperanza de derivar hacia Puglia la horda musulmana que de un momento a otro podía abatirse sobre Dalmacia, donde flameaba la bandera veneciana de San Marcos. [...] Y los hombres de Lorenzo el Magnífico no dudaron ni siquiera [...] en alentar a Mahoma II a que invada las tierras del rey de Nápoles, recordándole las varias injurias sufridas por él. Pero el sultán no tenía necesidad de estos consejos: por 21 años esperaba el momento propicio para desembarcar en Italia, y hasta entonces había sido precisamente Venecia, la directa adversaria en el mar, quien se lo impedía".
* * *
Si la historia jamás es idéntica a sí misma, sin embargo no es arbitrario tomar de su desarrollo analogías y similitudes: exactamente mil años después del 480, año del nacimiento de san Benito de Nursia – un humilde monje a cuya labor Europa debe tanto de su identidad – otros humildes interpretan a Europa mejor que muchos de sus jefes, dispuestos a pelearse entre ellos antes que hacer frente al enemigo común.
Cuando los habitantes de Otranto se encontraban frente a las cimitarras otomanas, no sacaron del desinterés del rey motivo para que ellos tuvieran una falta de compromiso; amparados en la cultura en la cual habían crecido, no obstante gran parte de ellos jamás aprendió el alfabeto, están convencidos de que resistir y no abjurar la fe constituye la opción más natural. Inténtese hablar hoy con un soldado occidental que regresa de Irak o de Afganistán, después de haber completado el período de misión: lo que se escucha con mayor franqueza es su sorpresa por las discusiones y por los contrastes infinitos sobre nuestra presencia en aquellas regiones. Para estos soldados es natural que se vaya a ayudar a quien tiene necesidad de apoyo, y que se garantice la seguridad de la reconstrucción contra los ataques terroristas.
En Otranto en el 1480 ninguno expuso banderas de arco iris, ni invocó resoluciones internacionales, ni pidió que se convoque al consejo comunal para que la zona fuera declarada desmilitarizada; ninguno se encadenó bajo las murallas para “construir la paz”.
Por dos semanas, los quince mil habitantes de la ciudad hirvieron aceite y agua, mientras tenían, y los vertieron desde las murallas sobre los asediantes. Y cuando quedaron en vida solamente ochocientos hombres adultos y fueron capturados, fueron voluntariamente al encuentro del final que hoy tienen en Irak y en Afganistán los iraquíes, los afganos, los americanos, los ingleses, los italianos, y otros más, cuando son secuestrados por los terroristas. Fueron cortadas una tras otra ochocientas cabezas, sin que, en aquella época, cronistas políticamente correctos censurasen el relato. Si hoy conocemos bien este extraordinario suceso, es porque quien la ha descrito ha sido objetivo y riguroso.
* * *
Hoy Europa es atacada no – como en el episodio histórico recordado – por una compañía islámica institucionalmente organizada, sino por un conjunto de organizaciones no gubernamentales de ultrafundamentalistas islámicos. Teniendo presente esta diferencia estructural, no está fuera de lugar el preguntarse cuánto hay hoy en occidente, en Europa, en Italia, de aquella “naturalidad” que ha llevado a una entera comunidad a “defender la paz de la propia tierra” hasta el sacrificio extremo.
El problema no está fuera de lugar, si se reflexiona en que en la lucha contra el terrorismo un elemento realmente decisivo es la solidez del cuerpo social, o de todos modos de gran parte de él, frente a la amenaza y a los modos más feroces de concretización de la misma. La memoria de Otranto no vale solamente para subrayar que hay momentos en que resistir es un deber, sino primero para recordarnos a nosotros mismos quiénes somos y de qué comunidad descendemos.
* * *
Es importante recordar que en 1571, noventa años después del martirio de Otranto, una flota de estados cristianos frena la avanzada turco-islámica en el Mediterráneo en el largo de Lepanto.
El escenario europeo no había mejorado: Francia hacía alianza con los principes protestantes alemanes para oponerse a los Habsburgo y se complacía de la presión que los turcos ejercían contra el imperio Habsburgico en el Mediterráneo. París y Venecia no habían movido un dedo para defender a los Caballeros de Malta del asedio naval conducido contra ellos por Solimán el Magnífico. Esto quiere decir que la victoria de Lepanto no fue el fruto de la convergencia de intereses políticos; al contrario, se realizó no obstante las divergencias. Lo extraordinario de Lepanto está en el hecho que no obstante todo, por una vez, príncipes, políticos y comandantes militares supieron dejar de lado las divisiones y unirse para defender Europa.
Esta unión se realizó sobre todo porque la política europea del siglo XVI conservaba una visión del mundo sustancialmente común, fundada sobre el cristianismo y el derecho natural. Y si hoy tantas mentes agnósticas viven en Europa en plena libertad, es también porque alguien a su tiempo ha gastado tiempo, energías y también la propia vida por la buena causa, desde el momento que la victoria de los otros habría hecho caer en manos musulmanas Italia y quizá también España.
* * *
Otranto enseña que una civilización culturalmente homogénea – o también sólo prevalentemente animada por principios de realidad – es capaz de reaccionar en modo sustancialmente compacto en defensa de la propia paz, y lo hace sin pisotear la propia identidad y la propia dignidad.
Hoy la cristiandad romano-germánica como civilización homogénea ya no existe. Ni vale la tesis según la cual la cristiandad, mientras ha existido, habría sido una realidad especular a la comunidad islámica. Tres diferencias estructurales impiden cualquier superposición o analogía respecto a la “umma” islámica: en la cristiandad hay distinción entre la esfera política y la religiosa, existe el fundamento del derecho natural, existe el respeto de la conciencia de la persona humana. La reflexión sobre lo que aconteció en 1480 permite sin embargo distinguir tres puntos de referencia en torno a los cuales rehacer la unidad: la referencia al derecho natural, el redescubrimiento de las raíces cristianas de Europa y el amor a la patria, este último especialmente evocado por Juan Pablo II como herencia del martirio de Otranto.
* * *
En la Sagrada Escritura, cuando Dios hace saber a Abraham la intención de destruir Sodoma y Gomorra (Gen 18,16ss), Abraham intenta interceder y le dice: “¿De verdad exterminarías al justo con el impío? Quizá hay 50 justos en la ciudad: ¿de verdad los quieres eliminar? ¿Y no perdonarás aquel lugar por consideración a los cincuenta justos que en él se encuentran?”. Recibida la garantía de Dios de que por consideración a aquellos cincuenta justos habría perdonado a la ciudad entera, Abraham sigue adelante, en una suerte de osada tratativa: ¿y si hubieran 45, 40, 30, 20, o solamente 10? La respuesta de Dios es la misma: “No la destruiré por consideración a aquellos diez”. Pero no se encontraron ni 50, ni 45, ni 30, ni 20, ni tampoco 10; y las dos ciudades fueron destruidas.
Esta página de la Escritura es terrible por el tipo de anonadamiento que prospecta a las civilizaciones que reniegan de los valores inscritos en la naturaleza del hombre. Es una página que dolorosamente ha sido leída tantas veces, sobre todo en el siglo XX, frente a las ruinas del nacionalsocialismo y del socialcomunismo realizado. Pero es igualmente confortante para quien considera que la centralidad del hombre y la coherencia con los principios constituyen no solamente el punto de partida, sino también la estrategia para quien quiera hacer política.
* * *
En el 1480 ese pasaje del Génesis encuentra una aplicación particular: Europa, pero en particular su ciudad más importante, Roma, son salvadas de la destrucción no “por consideración”, sino “por el sacrificio” de 800 desconocidos pescadores, artesanos, pastores y agricultores de una ciudad marginal.
Impresiona que lo que le ocurrió a Otranto no haya tenido, y todavía no tenga, el reconocimiento difundido que merece. La misma Iglesia ha esperado cinco siglos, y un pontífice extraordinario como Karol Wojtyla, para proclamar beatos a aquellos 800. El decreto del 6 de julio del 2007 de Benedicto XVI autoriza entender el martirio de estos como históricamente y teológicamente acontecido.
Es la premisa para su canonización, que seguirá cuando se verificará el milagro. La Iglesia, también la de Otranto, mantiene una obligada reserva sobre este punto, pero todos saben que la intercesión de los 800 ya ha procurado muchos milagros; falta sólo el reconocimiento oficial.
El martirio de Otranto no tiene prisa: sus huesos acogen a quien visita la catedral, ordenados en muchas tecas, en la capilla situada a la derecha del altar mayor.
Recuerdan que no sólo la fe, sino también la civilización tiene un precio: un precio no monetizable, paradójicamente compatible con el haber recibido la fe y la civilización como dones inestimables.
Ese precio se le pide a cada uno en modo diferente, pero no admite ni saldos ni liquidaciones.
__________
El diario del que ha sido tomado este relato:
> Il Foglio
http://chiesa.espresso.repubblica.it/articolo/161401%26sp%3Dy.html
Lectura de agosto: cómo los ochocientos de Otranto salvaron Roma
Fueron martirizados hace cinco siglos en la región más oriental de Italia, la más expuesta a los ataques de los musulmanes. El objetivo del califa Mahoma II era el de conquistar Roma, después que ya había tomado Constantinopla. Pero lo detuvieron unos cristianos dispuestos a defender la fe con la sangre
por Sandro Magister
ROMA, 14 de agosto del 2007 – Se lee en el Martirologio Romano, es decir en le calendario litúrgico de los santos y beatos puesto al día según lo prescriben los decretos del Concilio Vaticano II y el promulgado por Juan Pablo II, que hoy la Iglesia recuerda y venera...
“... los cerca de ochocientos beatos mártires que en Otranto, en Puglia, apremiados por el asalto de los soldados otomanos a renegar de la fe, fueron exhortados por el beato Antonio Primaldo, anciano tejedor, a perseverar en Cristo, y obtuvieron así con la decapitación la corona del martirio”.
El martirio de estos ochocientos ocurrió en 1480, en el día de su memoria litúrgica, el 14 de agosto.
Por ellos, cinco siglos después, en 1980, Juan Pablo II se trasladó a Otranto, la ciudad italiana en la que fueron martirizados.
Y este año, el 6 de julio, Benedicto XVI ha autenticado definitivamente su martirio, con un decreto promulgado por la congregación de la causa de los santos.
¿Pero quiénes fueron los ochocientos de Otranto? ¿Y por qué fueron asesinados? Su historia es de extraordinaria actualidad. Como es hasta ahora actual el conflicto entre Islam y cristianismo, en el que ellos sacrificaron la vida.
Es lo que muestra en el relato que sigue – aparecido el 14 de julio pasado en “Il Foglio” – Alfredo Mantovano, jurista católico, senador de la república y coterráneo de aquellos mártires, nacido en el sur de Puglia, la región de Otranto:
"Dispuestos a morir mil veces por Él..."
por Alfredo Mantovano
El 6 de julio del 2007 Benedicto XVI recibió al prefecto de la congregación para la causa de los santos, el cardenal José Saraiva Martins, y autorizó la publicación del decreto de autenticación del martirio del beato Antonio Primaldo y de sus compañeros laicos, “asesinados por odio a la fe” en Otranto el 14 de agosto del 1480.
Antonio Primaldo es el único del que ha sido trasmitido el nombre. Los otros compañeros suyos de martirio son ochocientos desconocidos pescadores, artesanos, pastores y agricultores de una pequeña ciudad, cuya sangre, hace cinco siglos, fue esparcida sólo porque eran cristianos.
Ochocientos hombres, los cuales sufrieron al momento, hace cinco siglos, el trato reservado en el 2004 al americano Nick Berg, capturado por terroristas islámicos en Irak mientras realizaba su trabajo de técnico de antenas y asesinado al grito de “¡Alá es grande!”. Su verdugo, después de haberle cortado la yugular, pasó la hoja en torno al cuello, hasta arrancarle la cabeza, y la mostró como un trofeo. Exactamente como hizo en 1480 el verdugo otomano con cada uno de los ochocientos de Otranto.
* * *
La ejecución en masa tiene un prólogo, el 29 de julio de 1480. Son las primeras horas de la mañana: desde las murallas de Otranto comienza a distinguirse en el horizonte haciéndose cada vez más visible una flota compuesta de 90 galeras, 15 mahonas y 48 galeotas, con 18 mil soldados a bordo. La armada es guiada por el bajá Agometh; quien está a las órdenes de Mahoma II, llamado Fatih, el Conquistador, o sea el sultán que en 1451, apenas a los 21 años, había ascendido a jefe de la tribu de los otomanos, que a su vez se había impuesto sobre el mosaico de los emiratos islámicos un siglo y medio antes.
En 1453, guiando un ejército de 260 mil turcos, Mahoma II había conquistado Bizancio, la “segunda Roma”, y desde ese momento cultivaba el proyecto de expugnar la “primera Roma”, la Roma verdadera, y de transformar la basílica de San Pedro en establo para sus caballos.
En junio del 1480 juzga maduro el tiempo para completar la obra: quita el asedio a Rodi, defendida con coraje por sus caballeros, y dirige la flota hacia el mar Adriático. La intención es tocar tierra en Brindisi, cuyo puerto es amplio y cómodo: desde Brindisi proyecta ascender por Italia hasta alcanzar la sede del papado. Pero un fuerte viento contrario obliga las naves a tocar tierra 50 millas más al sur, y a desembarcar en una localidad llamada Roca, a algunos kilómetros de Otranto.
* * *
Otranto era – y es – la ciudad más oriental de Italia. Tiene un pasado rico de historia: las cercanías inmediatas estaban habitadas probablemente ya desde el Paleolítico, ciertamente desde el Neolítico. Después fue poblada por los mesapios, estirpe que precedía a los griegos, por lo tanto – conquistada por estos – entró en la Magna Grecia y, después, cayó en manos de los romanos, volviéndose pronto municipio.
La importancia de su puerto la había hecho asumir el rol de puente entre oriente y occidente, consolidado en el plano cultural y político por la presencia de un importante monasterio de monjes basilianos, el de san Nicola en Casole, del que hoy restan un par de columnas en el camino que conduce a Leuca.
En su espléndida iglesia catedral, construida entre el 1080 y 1088, el 1095 fue impartida la bendición a doce mil cruzados que, bajo el comando del príncipe Boemondo I de Altavilla, partieron para liberar y para proteger el Santo Sepulcro de Jerusalén. De regreso de Tierra Santa, precisamente en Otranto, san Francisco de Asís toco puerto en 1219, recibido con grandes honores.
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Cuando desembarcaron los otomanos, la ciudad pudo contar con una guarnición de sólo 400 hombres armados, y para esto los capitanes de la guarnición se apresuraron a pedir ayuda al rey de Nápoles, Ferrante de Aragón, enviándole una misiva.
Circundado por el asedio, el castillo, dentro de cuyas murallas se habían refugiado todos los habitantes del barrio, el bajá Agometh, a través de un mensajero, propone que se rindan con condiciones ventajosas: si no resisten, los hombres y las mujeres serán dejados libres y no recibirán ninguna injuria. La respuesta llega de uno de los notables de la ciudad, Ladislao De Marco: hace saber que si los asediantes quieren Otranto deberán tomarla con las armas.
Al embajador se le ordena no regresar más, y cuando llega el segundo mensajero con la misma propuesta de que se rindan, es atravesado por las flechas. Para despejar toda equivocación, los capitanes toman las llaves de las puertas de la ciudad y en modo visible, desde una torre, las lanzan al mar, en presencia del pueblo. Durante la noche, buena parte de los soldados de la guarnición se descuelga de los muros de la ciudad con sogas y escapa. Para defender Otranto quedan sólo sus habitantes.
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El asedio que sigue es un martilleo: las bombardas turcas derriban la ciudad, centenares de gruesas piedras (muchas son todavía hoy visibles por las calles del centro histórico de la ciudad). Después de quince días, al amanecer del 12 de agosto, los otomanos concentran el fuego contra uno de los puntos más débiles de las murallas, abren una brecha, irrumpen en las calles, masacran a quien se le ponga a tiro, llegan a la catedral, en la cual muchos se han refugiado. Derriban la puerta y se esparcen en el templo, alcanzan al arzobispo Stefano, que estaba con los atuendos pontificales y con el crucifijo en mano. A ser intimado de no nombrar más a Cristo, ya que desde aquel momento mandaba Mahoma, el arzobispo responde exhortando a los asaltantes a la conversión, y por esto se le corta la cabeza con una cimitarra.
El 13 de agosto Agometh pide y obtiene la lista de los habitantes capturados, exceptuando a las mujeres y los muchachos menores de 15 años.
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Así lo cuenta Saverio de Marco en la "Compendiosa historia de los ochocientos mártires de Otranto" publicada en el 1905:
“En número de cerca ochocientos fueron presentados al bajá que tenía a su lados a un cura miserable, nativo de Calabria, de nombre Giovanni, apostata de la fe. Este empleó su satánica elocuencia con el fin de persuadir a los cristianos que, abandonando a Cristo abrasaran el islamismo, seguros de que la buena gracia de Agometh, quien los habría dejado con vida, con el sostenimiento y todos los bienes de los que gozaban en la patria; en caso contrario serían todos asesinados. Entre aquellos héroes hubo uno de nombre Antonio Primaldo, sastre de profesión, avanzado de edad, pero lleno de religión y de fervor. Este respondió a nombre de todos: “Todos queremos creer en Jesucristo, Hijo de Dios, y estar dispuestos a morir mil veces por Él'".
Agrega el primero de los cronistas, Giovanni Michele Laggetto, en la “Historia de la guerra de Otranto del 1480” transcrita de un antiguo manuscrito y publicada en 1924:
“Y volteándose a los cristianos Primaldo dijo estas palabras: ‘Hermanos míos, hasta hoy hemos combatido en defensa de nuestra patria y para salvar la vida y por nuestros gobernantes terrenos; ahora es tiempo de que combatamos para salvar nuestras almas para el Señor, el cual habiendo muerto por nosotros en la cruz conviene que muramos nosotros por Él, permaneciendo seguros y constantes en la fe, y con esta muerte terrena ganaremos la vida eterna y la gloria del martirio’. A estas palabras comenzaron a gritar todos a una sola voz con mucho fervor que querían mil veces morir con cualquier tipo de muerte antes que renegar de Cristo”.
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Agometh decreta la condena a muerte de todos los ochocientos prisioneros. A la mañana siguiente estos son conducidos con sogas al cuello y con las manos atadas a la espalda, a la colina de la Minerva, pocos cientos de metros fuera de la ciudad. Sigue escribiendo De Marco:
“Repitieron todos la profesión de fe y la generosa respuesta dada antes; por ello el tirano ordenó que se procediese a la decapitación y, antes que a los otros, fuese cortada la cabeza al viejo Primaldo, que le resultaba muy odioso, porque no dejaba de hacer de apóstol entre los suyos, más aún, antes de inclinar la cabeza sobre la roca, afirmaba a sus compañeros que veía el cielo abierto y los ángeles animando; que se mantuvieran fuertes en la fe y que mirasen el cielo ya abierto para recibirlos. Dobló la frente, se le cortó la cabeza, pero el cuerpo se puso de pie: y a pesar de los esfuerzos de los asesinos, permaneció erguido inmóvil, hasta que todos fueron decapitados. El prodigio evidentemente estrepitoso habría sido una lección para la salvación de aquellos infieles, si no hubieran sido rebeldes a la luz que ilumina a todo hombre que vive en el mundo. Un solo verdugo, de nombre Berlabei, valerosamente creyó en el milagro y, declarándose en alta voz cristiano, fue condenado a la pena del palo”.
Durante el proceso para la beatificación de los ochocientos, en 1539, cuatro testigos oculares refirieron el prodigio de Antonio Primaldo, que permaneció en pie después de la decapitación, y la conversión y el martirio del verdugo. Así lo cuenta uno de los cuatro, Francesco Cerra, que en 1539 tenía 72 años:
“Antonio Primaldo fue el primer asesinado y sin cabeza estuvo firme en pie, ni todos los esfuerzos del enemigo lo pudieron abatir, hasta que todos fueron asesinados. El verdugo, estupefacto por el milagro, confesó que la fe católica era la verdadera, e insistió en hacerse cristiano, y esta fue la causa por la que por orden del bajá fue condenado a la muerte de palo”.
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Quinientos años después, el 5 de octubre de 1980, Juan Pablo II se trasladó a Otranto para recordar el sacrificio de los ochocientos.
Es una espléndida mañana de sol en la explanada que está debajo de la Colina de Minerva, desde 1480 llamada la Colina de los Mártires. El pontífice polaco aprovecha la ocasión para dirigir una invitación, actual ahora como entonces:
“No olvidemos a los mártires de nuestros tiempos. No nos comportemos como si ellos no existieran”.
El Papa exhorta a mirar más allá del mar, y recuerda expresamente el sufrimiento del pueblo de Albania, a la cual en aquel momento – sometida a una de las más feroces realizaciones del comunismo – nadie prestaba atención. Subraya que “los beatos mártires de Otranto nos han dejado dos consignas fundamentales: el amor a la patria terrena y la autenticidad de la fe cristiana. El cristiano ama su patria terrena. El amor a la patria es una virtud cristiana”.
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El sacrificio de los ochocientos de Otranto no es importante solamente en el plano de la fe. Las dos semanas de resistencia de la ciudad le permitieron al ejército del rey de Nápoles organizarse y acercarse a aquellos lugares, impidiendo así a los 18 mil otomanos invadir la región de Puglia por entero.
Los cronistas de la época no exageran al afirmar que la salvación de Italia meridional fue garantizada por Otranto: y no sólo eso, si es que es verdad que la noticia de la toma de la ciudad inicialmente había inducido al pontífice entonces reinante, Sixto IV, a programar su traslado a Avignon, por el temor a que los otomanos se acercasen a Roma.
El Papa renuncia al intento cuando el rey de Nápoles, Ferrante, encarga al hijo Alfonso, duque de Calabria, trasladarse a Puglia, y le confía la tarea de reconquistar Otranto. Lo que ocurre el 13 de setiembre de 1481, después de que Agometh había regresado a Turquía y Mahoma II había muerto.
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Lo que hace de este extraordinario episodio algo lleno de significado, también para el hombre europeo de hoy, es que en la historia del cristianismo no han faltado nunca testimonios de fe y de valores civiles, ni han faltado nunca grupos de hombre que han afrontado con coraje pruebas extremas. Pero jamás ha ocurrido un episodio de proporciones colectivas tan extensas: una entera ciudad en un inicio combate como puede y se mantiene por varios días asediada; y después rechaza con firmeza la propuesta de abjurar la fe. Sobre la Colina de la Minerva, fuera del viejo Antonio Primaldo, no resalta individualidad alguna, si es verdad que no se sabe el nombre de los ochocientos mártires: confirma el hecho está que no son pocos héroes individuales sino que es una entera población la que afronta la prueba.
* * *
Todo sucede también por la indiferencia de los responsables políticos de la Europa de la época, frente a la amenaza otomana.
En 1459 el Papa Pío II convocó en Mantova un congreso al que había invitado a los jefes de los estados cristianos, y en el discurso introductivo había delineado sus culpas frente a la avanzada turca. Pero aunque en esa reunión fuera decidida la guerra para contener esta avanzada, después no continuó nada, a causa de la oposición de Venecia y de la dejadez de Alemania y de Francia.
Después que los musulmanes conquistaron la isla de Negroponte, perteneciente a Venecia, una nueva alianza contra los otomanos propuesta por el Papa Pío II fue llevada al fracaso por los señores de Milán y de Florencia, dispuestos a aprovecharse de la situación crítica en la cual se encontraba Venecia.
La década siguiente, con Sixto IV que llegó a ser pontífice en 1471, registra el homicidio de Galeazzo Sforza duque de Milán, la alianza antiromana de 1474 entre Milán, Venecia y Florencia, la florentina Conjura de los Pazzi de 1478 y la guerra que le continúa entre el Papa y el rey de Nápoles, por una parte, y por otra Florencia, ayudada por Milán, Venecia y Francia... Todo con gran ventaja para los otomanos, como escribe Ludwig von Pastor en su “Historia de los Papas”:
“Lorenzo el Magnífico, que había advertido a Ferrante no prestarse al juego y a las aspiraciones de los extranjeros, fue precisamente quien estimuló a Venecia para que se pusiera de acuerdo con los turcos y los empujase a asaltar las orillas adriáticas del reino de Nápoles, con el fin de alterar los planes de Ferdinando y de su hijo. [...] Venecia, firmada en 1479 la paz con los turcos, se adhirió al plan de Lorenzo el Magnífico con la esperanza de derivar hacia Puglia la horda musulmana que de un momento a otro podía abatirse sobre Dalmacia, donde flameaba la bandera veneciana de San Marcos. [...] Y los hombres de Lorenzo el Magnífico no dudaron ni siquiera [...] en alentar a Mahoma II a que invada las tierras del rey de Nápoles, recordándole las varias injurias sufridas por él. Pero el sultán no tenía necesidad de estos consejos: por 21 años esperaba el momento propicio para desembarcar en Italia, y hasta entonces había sido precisamente Venecia, la directa adversaria en el mar, quien se lo impedía".
* * *
Si la historia jamás es idéntica a sí misma, sin embargo no es arbitrario tomar de su desarrollo analogías y similitudes: exactamente mil años después del 480, año del nacimiento de san Benito de Nursia – un humilde monje a cuya labor Europa debe tanto de su identidad – otros humildes interpretan a Europa mejor que muchos de sus jefes, dispuestos a pelearse entre ellos antes que hacer frente al enemigo común.
Cuando los habitantes de Otranto se encontraban frente a las cimitarras otomanas, no sacaron del desinterés del rey motivo para que ellos tuvieran una falta de compromiso; amparados en la cultura en la cual habían crecido, no obstante gran parte de ellos jamás aprendió el alfabeto, están convencidos de que resistir y no abjurar la fe constituye la opción más natural. Inténtese hablar hoy con un soldado occidental que regresa de Irak o de Afganistán, después de haber completado el período de misión: lo que se escucha con mayor franqueza es su sorpresa por las discusiones y por los contrastes infinitos sobre nuestra presencia en aquellas regiones. Para estos soldados es natural que se vaya a ayudar a quien tiene necesidad de apoyo, y que se garantice la seguridad de la reconstrucción contra los ataques terroristas.
En Otranto en el 1480 ninguno expuso banderas de arco iris, ni invocó resoluciones internacionales, ni pidió que se convoque al consejo comunal para que la zona fuera declarada desmilitarizada; ninguno se encadenó bajo las murallas para “construir la paz”.
Por dos semanas, los quince mil habitantes de la ciudad hirvieron aceite y agua, mientras tenían, y los vertieron desde las murallas sobre los asediantes. Y cuando quedaron en vida solamente ochocientos hombres adultos y fueron capturados, fueron voluntariamente al encuentro del final que hoy tienen en Irak y en Afganistán los iraquíes, los afganos, los americanos, los ingleses, los italianos, y otros más, cuando son secuestrados por los terroristas. Fueron cortadas una tras otra ochocientas cabezas, sin que, en aquella época, cronistas políticamente correctos censurasen el relato. Si hoy conocemos bien este extraordinario suceso, es porque quien la ha descrito ha sido objetivo y riguroso.
* * *
Hoy Europa es atacada no – como en el episodio histórico recordado – por una compañía islámica institucionalmente organizada, sino por un conjunto de organizaciones no gubernamentales de ultrafundamentalistas islámicos. Teniendo presente esta diferencia estructural, no está fuera de lugar el preguntarse cuánto hay hoy en occidente, en Europa, en Italia, de aquella “naturalidad” que ha llevado a una entera comunidad a “defender la paz de la propia tierra” hasta el sacrificio extremo.
El problema no está fuera de lugar, si se reflexiona en que en la lucha contra el terrorismo un elemento realmente decisivo es la solidez del cuerpo social, o de todos modos de gran parte de él, frente a la amenaza y a los modos más feroces de concretización de la misma. La memoria de Otranto no vale solamente para subrayar que hay momentos en que resistir es un deber, sino primero para recordarnos a nosotros mismos quiénes somos y de qué comunidad descendemos.
* * *
Es importante recordar que en 1571, noventa años después del martirio de Otranto, una flota de estados cristianos frena la avanzada turco-islámica en el Mediterráneo en el largo de Lepanto.
El escenario europeo no había mejorado: Francia hacía alianza con los principes protestantes alemanes para oponerse a los Habsburgo y se complacía de la presión que los turcos ejercían contra el imperio Habsburgico en el Mediterráneo. París y Venecia no habían movido un dedo para defender a los Caballeros de Malta del asedio naval conducido contra ellos por Solimán el Magnífico. Esto quiere decir que la victoria de Lepanto no fue el fruto de la convergencia de intereses políticos; al contrario, se realizó no obstante las divergencias. Lo extraordinario de Lepanto está en el hecho que no obstante todo, por una vez, príncipes, políticos y comandantes militares supieron dejar de lado las divisiones y unirse para defender Europa.
Esta unión se realizó sobre todo porque la política europea del siglo XVI conservaba una visión del mundo sustancialmente común, fundada sobre el cristianismo y el derecho natural. Y si hoy tantas mentes agnósticas viven en Europa en plena libertad, es también porque alguien a su tiempo ha gastado tiempo, energías y también la propia vida por la buena causa, desde el momento que la victoria de los otros habría hecho caer en manos musulmanas Italia y quizá también España.
* * *
Otranto enseña que una civilización culturalmente homogénea – o también sólo prevalentemente animada por principios de realidad – es capaz de reaccionar en modo sustancialmente compacto en defensa de la propia paz, y lo hace sin pisotear la propia identidad y la propia dignidad.
Hoy la cristiandad romano-germánica como civilización homogénea ya no existe. Ni vale la tesis según la cual la cristiandad, mientras ha existido, habría sido una realidad especular a la comunidad islámica. Tres diferencias estructurales impiden cualquier superposición o analogía respecto a la “umma” islámica: en la cristiandad hay distinción entre la esfera política y la religiosa, existe el fundamento del derecho natural, existe el respeto de la conciencia de la persona humana. La reflexión sobre lo que aconteció en 1480 permite sin embargo distinguir tres puntos de referencia en torno a los cuales rehacer la unidad: la referencia al derecho natural, el redescubrimiento de las raíces cristianas de Europa y el amor a la patria, este último especialmente evocado por Juan Pablo II como herencia del martirio de Otranto.
* * *
En la Sagrada Escritura, cuando Dios hace saber a Abraham la intención de destruir Sodoma y Gomorra (Gen 18,16ss), Abraham intenta interceder y le dice: “¿De verdad exterminarías al justo con el impío? Quizá hay 50 justos en la ciudad: ¿de verdad los quieres eliminar? ¿Y no perdonarás aquel lugar por consideración a los cincuenta justos que en él se encuentran?”. Recibida la garantía de Dios de que por consideración a aquellos cincuenta justos habría perdonado a la ciudad entera, Abraham sigue adelante, en una suerte de osada tratativa: ¿y si hubieran 45, 40, 30, 20, o solamente 10? La respuesta de Dios es la misma: “No la destruiré por consideración a aquellos diez”. Pero no se encontraron ni 50, ni 45, ni 30, ni 20, ni tampoco 10; y las dos ciudades fueron destruidas.
Esta página de la Escritura es terrible por el tipo de anonadamiento que prospecta a las civilizaciones que reniegan de los valores inscritos en la naturaleza del hombre. Es una página que dolorosamente ha sido leída tantas veces, sobre todo en el siglo XX, frente a las ruinas del nacionalsocialismo y del socialcomunismo realizado. Pero es igualmente confortante para quien considera que la centralidad del hombre y la coherencia con los principios constituyen no solamente el punto de partida, sino también la estrategia para quien quiera hacer política.
* * *
En el 1480 ese pasaje del Génesis encuentra una aplicación particular: Europa, pero en particular su ciudad más importante, Roma, son salvadas de la destrucción no “por consideración”, sino “por el sacrificio” de 800 desconocidos pescadores, artesanos, pastores y agricultores de una ciudad marginal.
Impresiona que lo que le ocurrió a Otranto no haya tenido, y todavía no tenga, el reconocimiento difundido que merece. La misma Iglesia ha esperado cinco siglos, y un pontífice extraordinario como Karol Wojtyla, para proclamar beatos a aquellos 800. El decreto del 6 de julio del 2007 de Benedicto XVI autoriza entender el martirio de estos como históricamente y teológicamente acontecido.
Es la premisa para su canonización, que seguirá cuando se verificará el milagro. La Iglesia, también la de Otranto, mantiene una obligada reserva sobre este punto, pero todos saben que la intercesión de los 800 ya ha procurado muchos milagros; falta sólo el reconocimiento oficial.
El martirio de Otranto no tiene prisa: sus huesos acogen a quien visita la catedral, ordenados en muchas tecas, en la capilla situada a la derecha del altar mayor.
Recuerdan que no sólo la fe, sino también la civilización tiene un precio: un precio no monetizable, paradójicamente compatible con el haber recibido la fe y la civilización como dones inestimables.
Ese precio se le pide a cada uno en modo diferente, pero no admite ni saldos ni liquidaciones.
__________
El diario del que ha sido tomado este relato:
> Il Foglio
Avedo- Veterano Plus
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Re: Constantinopla, Otranto, Lepanto... o como el otomano "quería" conquistar Europa
Y, tras este aluvión de palabras, un descanso. Dejo para otro día la epopeya de Lepanto, o como el Mediterráneo se libró de las galeras otomanas y evitó que campearan como Pedro por su casa haciendo imposible que conquistaran Roma o España.
Y unas fotos de los mártires de Otranto. Su lucha y resistencia dio tiempo a pararlos y que no prosiguieran la conquista de Italia.
Y unas fotos de los mártires de Otranto. Su lucha y resistencia dio tiempo a pararlos y que no prosiguieran la conquista de Italia.
Avedo- Veterano Plus
- Mensajes : 352
Fecha de inscripción : 28/04/2017
Re: Constantinopla, Otranto, Lepanto... o como el otomano "quería" conquistar Europa
Naia escribió:Para digerir todos estos dorogoicos tochazos, necesito un copazo 925
¡Pásame a mí algo bien cargado y me animo a empezar a leer! pero que sea muy muy cargado porque si no...no soy capaz. ://(.:
zampabol- Magna Cum Laude
-
Mensajes : 14071
Fecha de inscripción : 27/04/2017
Re: Constantinopla, Otranto, Lepanto... o como el otomano "quería" conquistar Europa
Naia escribió:Ponche con cola, o martini con limón? Es que me quedé en la edad del pavo...
Ron/cola sin demasiadas pretensiones, pero en copa de balón como los señores.
zampabol- Magna Cum Laude
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Mensajes : 14071
Fecha de inscripción : 27/04/2017
Re: Constantinopla, Otranto, Lepanto... o como el otomano "quería" conquistar Europa
Naia escribió:Te pega ese copazo, y el puro? :roll:
El puro sólo en los toros y el copazo muyyyyyyy de vez en cuando cada fin de semana.
zampabol- Magna Cum Laude
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Mensajes : 14071
Fecha de inscripción : 27/04/2017
Re: Constantinopla, Otranto, Lepanto... o como el otomano "quería" conquistar Europa
Naia escribió:Ponche con cola, o martini con limón? Es que me quedé en la edad del pavo...
Martini..., pero sin Mango, ¿a que sí, Zampa? :affraid:
Paciencia. Son muuuuuchas letras..., pero si acabáis, hasta podéis escribir luego un guion y presentarlo en Hollywood para hacer una peli (quizá haya que cambiar algún personaje, o situarlo en alguna galaxia muy lejana...)
"La más alta ocasión que vieron los siglos", que dijo Cervantes. ¿No ha hecho Hollywood ninguna peli de la batalla de Lepanto?. Ah..., que solo conocen Gettysburg o las Ardenas...
Avedo- Veterano Plus
- Mensajes : 352
Fecha de inscripción : 28/04/2017
Re: Constantinopla, Otranto, Lepanto... o como el otomano "quería" conquistar Europa
Avedo escribió:Naia escribió:Ponche con cola, o martini con limón? Es que me quedé en la edad del pavo...
Martini..., pero sin Mango, ¿a que sí, Zampa? :affraid:
Paciencia. Son muuuuuchas letras..., pero si acabáis, hasta podéis escribir luego un guion y presentarlo en Hollywood para hacer una peli (quizá haya que cambiar algún personaje, o situarlo en alguna galaxia muy lejana...)
"La más alta ocasión que vieron los siglos", que dijo Cervantes. ¿No ha hecho Hollywood ninguna peli de la batalla de Lepanto?. Ah..., que solo conocen Gettysburg o las Ardenas...
Los ingleses son unos enamorados de cambiar la historia y de omitir los capítulos que no les interesan. Yo creo que por eso han tenido tanto éxito en el mundo del cine. ¡Son unos genios montando películas!
Con ver cómo cuentan la historia de la conquista de América es suficiente. Lo curioso es que saben que todo lo que sale en la gran pantalla, el público se lo cree.
zampabol- Magna Cum Laude
-
Mensajes : 14071
Fecha de inscripción : 27/04/2017
Re: Constantinopla, Otranto, Lepanto... o como el otomano "quería" conquistar Europa
Iba siguiendo el hilo de Avedo pero parece que ya no se habla de eso. Bueno, trataré de hacer algunos comentarios sobre lo que expuso en cuanto el tiempo me lo permita, pues ha tocado algunos relatos historicos interesantes que podrian ampliarse un poco.
José Antonio- Magna Cum Laude
- Mensajes : 5668
Fecha de inscripción : 28/04/2017
Re: Constantinopla, Otranto, Lepanto... o como el otomano "quería" conquistar Europa
Sí... se sigue hablando de eso. Falta el episodio de la batalla de Lepanto..., pero encontronazos con el Islam (el imperio otomano) los ha habido en los siguientes siglos (la amenaza a Viena). Europa supo defenderse..., y ya para el siglo XVIII, el imperio otomano era visto como una cosa exótica con jenízaros, serrallos, eunucos... Ejemplo:
Y la obertura del Rapto en el Serrallo
Ya en el siglo XIX, vinieron los franceses a ir devorando poco a poco las posesiones otomanas en el norte de África.... El imperio otomano se convirtió en el "enfermo de Europa" hasta su disolución tras la 1ª guerra mundial
Y la obertura del Rapto en el Serrallo
Ya en el siglo XIX, vinieron los franceses a ir devorando poco a poco las posesiones otomanas en el norte de África.... El imperio otomano se convirtió en el "enfermo de Europa" hasta su disolución tras la 1ª guerra mundial
Avedo- Veterano Plus
- Mensajes : 352
Fecha de inscripción : 28/04/2017
Re: Constantinopla, Otranto, Lepanto... o como el otomano "quería" conquistar Europa
Rondo alla turca ¡qué recuerdos!
Yo estudié piano desde los 5 hasta los 18 años y esta pieza era de mis favoritas, yo tocaba Rondo alla turca como una niña prodigio del piano (bueno no tanto así pero sí que tocaba bien) qué penita que ahora sólo recuerdo la primera parte ...
Fin de mi OFF topic
Yo estudié piano desde los 5 hasta los 18 años y esta pieza era de mis favoritas, yo tocaba Rondo alla turca como una niña prodigio del piano (bueno no tanto así pero sí que tocaba bien) qué penita que ahora sólo recuerdo la primera parte ...
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Farisha- Magister Doctor
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