Que el hombre fluya como el viento y desaparezca

Era la graduación. No quería ir. Prefería ir a recoger el título unos días después, pero una urgencia le hizo necesitarlo a la mayor brevedad así que decidió asistir, total ya todo estaba pagado. Todos los graduandos vinieron acompañados, sólo él no. Por lo que ya se dijo.
Era claro el motivo de su solitaria estancia en ese día de celebración conjunta y él lo sabía, pero el resto de gente no.
Una vez que todos los títulos fueron entregados, la conductora del evento dijo: “y ahora estudiantes, llegó la hora de celebrar…”
Y después de un silencio remató con un “abracen a sus seres queridos”.
Ver a decenas de personas que se quieren mientras se abrazan no puede dejar a nadie impasible. Hasta el más impertérrito, se ablanda.
Y claramente nuestro héroe no fue la excepción. Echó una ojeada alrededor y rápidamente bajó la mirada. Pero un segundo después la subió nuevamente pues pensó que su desamparo era voluntario y momentáneo porque sus seres queridos en casa lo celebraban igual.
Todo eso pasó por su mente y por eso levantó la mirada, pero la causa principal fue el afán de no ser visto mostrando aflicción, pues tal pena en realidad no existía.
Pero no lo logró.
Los siguientes segundos los usó para desprenderse de las académicas parafernalias: se quitó la cinta y el birrete; pero cuando se disponía a sacarse la toga, escuchó una voz a su lado, una voz femenina.
“Hola, muchas felicidades”.
Absorto quedó mientras su medio cuerpo superior y su cabeza estaban encerrados en esa tela negra de la túnica. Rápidamente la bajó y se dio cuenta de que había una chica sentada a su lado en el asiento que quedaba libre.
“Es un gran día, espero lo esté disfrutando mucho” agregó la mujer. Él, entre desconcertado y agradecido, sólo pudo soltar un “gracias” y le extendió la mano a su inopinada compañera.
Lo siguiente fue pensar en los motivos de tan súbito acercamiento. Sólo es una buena persona que se apiadó de otra en un momento de dolor, pensó. Y recordando su accionar anterior se dijo: “alguien me vio bajar la mirada”. Y sonrió para sus adentros.
Con el manto puesto, lo siguiente qué pasó fue que la chica le ofreció tomarle unas fotografías a nuestra víctima de la conmiseración. Él aceptó y comenzó a poner todo nuevamente en su lugar. Una vez listo, le ofreció su teléfono a la joven.
Ella se lo negó y le replicó: “se las tomo con el mío y luego se las paso”.
“Ok” dijo el repentino homenajeado.
Y mientras posaba y seguía las instrucciones de ubicación y postura pensó en algo que le causó gracia.
Tal vez esta mujer quería sus datos de contacto y esa era una muy sutil y original forma de conseguirlos. Eso le hizo aparecer en la siguiente foto con una sonrisa auténtica y no forzada y falsa como la de las anteriores. ¿A quién no le gusta sentirse halagado?
Por fin se volvieron a juntar y la chica ofreció pasarle las fotos por AirDrop pues antes había visto que ambos tenían IPhone. Él se sintió un poco tonto y procedió, no sin ayuda de la chica, más ayuda valga decir, a activar su sistema de transferencia de datos y recibió los archivos.
Agradeció, la chica lo volvió a felicitar, él agradeció nuevamente y se despidieron para nunca más encontrarse.
Nuestro personaje obtuvo las mejores fotos que pudo imaginar de la persona más impensada.
No hubo necesidad de apegarse a la idea de que esta chica tenía algún interés en particular, ella sólo quería ser amable y nuestro agasajado licenciado lo entendió perfectamente y no corrió tras ella a importunarla.
Ahora ella podrá seguir siendo amable y no se abstendrá de brindarle su benevolencia al próximo hombre que la requiera.
Sería lindo pensar que el siguiente varón también va a extender la mano en agradecimiento para luego fluir y desaparecer como el viento.

Estoy muy enfadado Niet . En el cuarto renglón ya empecé a imaginar a la bibliotecaria presa de un frenesí inenarrable y unas ansias concupiscentes mal disimuladas y vas tú y nos dejas la moraleja de: "No lo intente".  

Como soy viejo, no tanto como. @Dorogoi  (por supuesto) te daré mi visión de los hechos y de cierta modernidad que nos empieza a nublar la mente.

Alguien hizo correr la idea de que las mujeres no quieren ser molestadas y.....como hoy en día nos rodean ejércitos de besugos, se lo tragaron sin rechistar.
Ni mujeres ni hombres quieren ser molestados por besugos, eso es una obviedad, pero....esta pobre chica, por la que nuestro héroe no mostró ningún interés, llegó a su casa con un principio de depresíon preguntándose:

¿Tan fea soy que el chico de las fotos ni lo intentó?
¿Es que me volví transparente?
¿Será que este peinado no me sienta bien?
¿Elegí mal el color de uñas?
¿Será que el bolso no va a juego con mi pañuelo?
¿Estoy vieja?

Una hora estuvo mirándose en el espejo para descubrir la causa de tanto desinterés hasta que se puso de perfil, cogió todo el aire que pudo, apretó sus glúteos, empujó con fuerza la panza y gritó: ¡¡¡ESTOY GORDAAA¡¡¡

Desde aquel día nuestra chica no come, no duerme, apenas habla y tristea por las esquinas.
Aquel pequeño gran gesto de nuestro héroe por no molestarla, produjo otra bulímica medio loca.