Una persona valiosa capaz de ejercer un gran magnetismo y provocar fascinación en el otro es el mejor augurio para que una relación funcione.
"El poder es el mayor afrodisíaco”, decía Henry Kissinger, sabedor de la fila de amantes que han conocido las paredes de la Casa Blanca a lo largo de su historia. La condición de presidente de la mayor potencia del mundo ha levantado las faldas más codiciadas, empezando por la de Marilyn Monroe, que cayó en brazos de John F. Kennedy hasta convertir sus amores en un asunto de Estado. Probablemente quien mejor entendió a Marilyn fue la propia esposa traicionada, Jackie Kennedy: a ella también le enamoraba el poder. La codiciada viuda cayó después rendida ante Aristóteles Onassis, un hombre con un físico más que opinable que también enloqueció de amor a otra de las divas del momento, Maria Callas.
LO QUE ATRAE ES UNA IDEA, LAS EXPECTATIVAS QUE UNO PROYECTA SOBRE EL OTRO, UN MUNDO NUEVO AL QUE PODEMOS ACCEDER
Son ejemplos de mujeres enamoradas de un señor cuyo atractivo más visible es el poder. Aunque, desde el prejuicio, algunos califiquen esta atracción de mero arribismo o puro interés económico, los expertos coinciden en que este tipo de relación se basa en el verdadero amor. Que sea más frecuente que esta fascinación surja de mujeres a hombres, y no tanto al contrario, puede ser en parte porque ellas ocupen menos altos cargos en la sociedad. De las 10 personas más poderosas del mundo en 2016 según la revista Forbes, solo aparecían entre varones la canciller alemana Angela Merkel y Janet Yellen, presidenta de la Reserva Federal de EE UU. Pero sin duda también es determinante la cuestión social: pertenecemos a una cultura machista donde la fortaleza es cosa de chicos. Verónica Alcanda, fundadora de Alcanda Matchmaking, una agencia que busca relaciones estables entre personas de alto nivel social y económico, tiene comprobado que los hombres de ese perfil acuden a ella en busca de una pareja culta, con conversación, de físico agraciado, tranquila, educada y que les pueda acompañar en cualquier entorno social. Hasta ahí, el mirlo blanco que todos buscamos. También les gusta que tengan criterio, pero… “no con carácter, como entienden ellos el carácter en una mujer: no soportan la agresividad”, explica Alcanda, “por eso prefieren evitar a las que son altos cargos”.
Sea justo o no, sea fruto de nuestra genética cavernaria o de la cultura que arrastramos, hoy por hoy el poder es un atributo de virilidad. “Culturalmente, la fortaleza es más atractiva en ellos; en ellas, en cambio, se considera tosca”, explica la psicóloga especialista en estos temas Ana Villarrubia Mendiola. Por eso las mujeres poderosas no resultan parejas atractivas para los hombres —aunque de todo hay, obviamente—, porque les provocan una sensación de menoscabo de su masculinidad, se sienten “menos hombre”. Sin embargo, el poderoso se beneficia de eso que en psicología se conoce como “efecto halo”: se le suponen cualidades personales que en cualquiera no se presumen y en ellos sí por el hecho de su posición en la sociedad. Se le atribuyen, aun sin conocerle personalmente, cualidades propias de su posición, como virilidad, capacidad de protección, vida resuelta, entorno social atractivo, conversación interesante, inteligencia, autoestima suficiente, nivel cultural elevado… Una persona valiosa, en suma, capaz de ejercer magnetismo y provocar admiración, un ingrediente esencial para el buen augurio de una relación, el “pegamento” de la pareja, según los expertos. Susana Aparicio, psicóloga clínica especialista en parejas, sentencia que cuando no existe admiración mutua, una unión sentimental tiene muy mal pronóstico: no es nada estable. Si bien para ellos la atracción física es esencial para despertar el deseo sexual, las mujeres son más sensibles a la estimulación mental, y por eso las expectativas que genera un hombre al que se le atribuyen las cualidades antes citadas son enormes.
Otra aportación nada despreciable que ofrece una pareja poderosa es la gratificación hacia el propio ego, y todo por una simple pero lógica razón: si alguien influyente y con un interesante espectro social donde escoger pareja nos elige, es porque seremos muy valiosos. Esto, qué duda cabe, provoca un subidón en las personas para las que el entorno social es un valor importante de su autoestima.
La erótica del poder, por tanto, existe y está bien localizada para los especialistas en el comportamiento humano: lo que enamora es una idea, una proyección, unas expectativas que uno genera sobre el otro, un mundo que atrae porque desde él yo también puedo ser fuerte. “Si estoy con él, yo también soy poderosa”, es la razón de ellas.
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