MIRADOR DE OTOÑO

MIRADOR DE OTOÑO

Se pelea el viento ligero y juguetón con las hojas de los árboles tirándolas al suelo. Son la diez de la mañana pero podrían ser las nueve o las once, una hora cualquiera de una mañana repetida. Dentro, detrás de los cristales no pasa el tiempo. No entra el Sol que huye del humo de tabaco y del olor agrio a café torrefacto. Afuera, en las aceras, fluye la vida disfrazada de cuerpos animados y ruidos que le siguen.

En la mesa que quiere ser de cubierta de mármol, junto al café frío, esperan dos libros prestados y dormidos, y una mosca cansada de que nadie le haga caso, quiere salir y se tropieza una y otra vez contra el grueso cristal del ventanal.

Entran y salen los ocupados. Se quedan solo los que ya pagaron su cuota de años y sudor al capital siempre anónimo. La vecina Marta entra, pequeña, delgadita, de negro toda, arrastrando sus zapatillas rotas. Pide algo por pedir, su destino la tragaperras que le roba tan pronto como llega, los veinte euros del día. Su hijo drogadicto y muerto envenenado, parece que le regaña desde la pequeña foto que lleva prendida en el vestido. Sale más pobre que ayer.
Entran los tres cuerpos de cien kilos puntuales de cada día, se apoderan de las noticias de papel y engullen cafés con leche y bollos. Matrimonio y cuñada saldrán al medio día para comer de la mano del Colesterol.

Mi amigo Ignacio, el de la caja de ahorros pasa con su caminar nervioso de traje y corbata, luego entrará y como siempre, contará las aventuras de los capitales mundiales, sus estrategias, sus riesgos, y sus beneficios. Por la acera los gorriones dejan paso con descaro a los zapatos de rebajas, y una osada paloma, en vuelo rasante sortea a los viandantes. Pasan mujeres, vistosas, hermosas, de todos tamaños y edades, el verano de la vida que decía Borges. Ruidos en la esquina, de mi amigo el pescadero malagueño, José, que suelta las cajas vacías de un genero vendido temprano. A su estrafalario hablar en Catalán, lo adorna con el marcado acento de su Nerja lejana. A veces en su viaje solitario a la costa, les canta fandangos y bulerías solitarias y madrugadoras a los peces de plata. Mi vecina la Pura, pasa arrastrando unas muletas prestadas, está de luto, entró en el taller reparador de huesos de la S.S. con la carga y la pena de haber enterrado a su marido el día antes.

Pocos jóvenes que se quedan en el barrio, y la Parca que se ha quedado a vivir en los descansillos oscuros de las escaleras, y que hace de las suyas, días si y otro también. Pasa el "Siete Pelos" paseando, al acecho, mirando, atento, gafas negras y su Caniche abrigado haga frió o calor, su perro le da vida, tapadera y una unión de negocio seguro. Detrás dentro de la barra Serafín, antiguo churrero, y aficionado al dominó, seca los vasos desde la altura de su nariz aguileña. El aire huele a mañana pasada por humedad, y a orines de Walter cercano. Entra el "Viruela" con su negocio con ruedas, veterano estraperlista de la Andorra tabaquera y Pirenaica, tuvo que dimitir cuando la U.E nos llamó a inscribirnos en el club del Euro. Cada día lleva un género diferente, y ofrece sin insistir, y sin casi ni hablar. Se habla poco allí dentro, las miradas se entienden y los pesares también, las alegrías se dejan para el sábado noche, cuando el alcohol de garrafón nos hará más felices.

Rocinante 02/lO/20XX