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De mis memorias
De mis memorias "Tiempos de Posguerra"
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PEPE PALILLOS Y EL OREJA Pag 52
Las fiestas del barrio, la Verbena, como se le llamaba a la Noria, a la Tómbola, a los Autos de Choques y a los diez o doce "chiringuitos" de bebidas y de golosinas que cada año se ponían en el paseo, había llegado. Allí se quedarían hasta mucho después de las fiestas, durante meses ocupando con sus carros y cachivaches toda la calle principal, hasta que el frío y el mal tiempo del Otoño les hacia marcharse. Los primeros días, los de la patrona de la Virgen del Carmen, los vecinos llenaban el paseo gastándose el dinero en la tómbola, en imvitarse unos a otros, en comer y beber sin parar y en darles a los niños para que se subieran en las atracciones.
Después cuando pasaban las fiestas, solo se quedaban en marcha los autos de choques que solo funcionaban de tanto en tanto. Los vecinos mientras, como si todo aquello hubiera pertenecido desde siempre al paseo, pasaban por allí de largo y a lo suyo sin tan siquiera mirar a los cachivaches y a los feriantes que hacían su vida al aire libre comiendo en la acera junto a los bancos de piedra que les servia de mesa y tendiendo la ropa a secar entre los hierros de la noria.
El baile sin embargo era diferente, duraba pocos días pero era lo mejor de las fiestas. La entrada no costaba nada, y podía entrar todo el mundo. Al principio se hacia enfrente del cine, pero como había años .que se, ponía a llover y se suspendía y las gentes se quedaban sin su mejor distracción, aquel año se hizo dentro del mercado. Unos días antes se .lavaron bien los puestos del pescado, barrieron, regaron y hasta pintaron las puertas de la entrada, después adornaron el techo con papeles de colorines, y montaron la tarima del escenario al fondo, tapando la puerta que daba a la callejuela del cine.
Pag. 53
El comienzo del baile aquel año fue diferente al de los pasados, no hubo ninguna ceremonia, nadie subió ha hablar por el micrófono, ni el presidente del casino ni ninguno de los que organizaban todo aquello, tan solo hubo que esperar un rato a que los músicos acabaran. A que el batería colocara sus tambores, a que el guitarrista afinara las cuerdas de su guitarra, y a que el pianista sudando todavía por' el esfuerzo de haber subido junto a diez o veinte hombres el piano hasta arriba diera la señal de empezar. Y la música empezó a llenar el mercado, que allí como no se perdía en el aire como en el paseo sonaba distinta, y que como si otra orquesta la tocaba.
Un montón de niñas y niños se agolpaban bajo las tablas del escenario mirando embobados para arriba. Detrás de ellos una abigarrada juventud delante de las mesas miraba como esperando, como si allí faltara algo para completar la alegría del momento, y la falta era de alguien que nunca faltaba a ninguna boda, ni a ningún bautizo, ese era "Pepe Palillos" que de pronto, y sin que nadie lo anunciara apareció arriba de las tablas, y su presencia fue suficiente para que todos 'se pusieran a aplaudir y a gritar, y es que todo aquello sin aquel personaje no hubiera tenido alegría, ni ritmo, ni animación y como él lo sabia se hacia de rogar esperando escondido en alguna parte para luego salir de sorpresa.
"Pepe Palillos" era un hombrecillo menudo, delgado vivaracho y orejón, sus enormes y redondas orejas como dos soplillos se meneaban al compás de aquel cuerpecillo que era todo ritmo y alegría. Sin hablar nunca a su público pues todo lo decía, con un par de palos huecos que en sus manos sonaban con una fuerza y un compás extraordinario. Como de costumbre, hizo una exagerada reverencia, sonrió, y como si le hubieran dado cuerda empezó a moverse de un lado para otro llevando el compás con los pies y repicando los palillos de tal forma que hizo bailar a chicos y grandes hasta la madrugada.
Y fue una lástima, aquel año que todo iba bien, que nadie se había peleado, que la luz eléctrica no se había cortado y que los borrachines se mantenían tranquilos y recluidos en la "Bodega Madrid" apareciera por el baile "El Oreja". Este iba paseando de un lado para otro, entre las mesas, sin rumbo fijo, como perdido entre tanta gente y con la cara siempre de semblante hosco y malcarado, aunque ahora risueña y alegre, seguramente por el vino y la cerveza que se tomaba en cada viaje cuando se topaba con el bar que ese año se habla montado en un puesto de verduras, en el más grande del mercado.
"El. Oreja" (otro nombre no se le conocía), era el golfo del pueblo, una fama que un poco por el, y otro mucho por la gente, le acompañaría para siempre aunque sus grandes delitos hubieran sido quitarles a los niños el bocadillo de la merienda, meter mano en el cepillo de la iglesia, o robarle alguna que otra barra de pan al panadero cuando por las mañanas las tenia en la puerta en cestas de mimbre para ir a repartirlas. Todo aquello y mucho más que la fantasía de las gentes se habían inventado, le habían creado la enemistad de los vecinos, y eso hacía que siempre estuviera solo y que nunca hablara con nadie.
A "Mano de Piedra" en el fondo le daba lastima y cuando alguna vez pudo hablar con él se dio cuenta y entendió que "El Oreja" era una víctima, de la miseria de su casa, de la lengua de las gentes, de ser uno más entre doce hermanos que casi no cabían en las cuatro paredes de chapas de la chabola que les daba cobijo. Y de la que salía escapado en cuanto amanecía huyendo de las palizas de su padre que era de profesión borrachín, aficionado a la vagancia, y víctima hasta de su madre que en sus desvarios, medio loca por los problemas, vivía en su mundo interior mucho más placentero del que la rodeaba, desatendiendo de esta forma a sus hijos y a su casa..De su casa, de aquel cubil maloliente e infecto se fue un día para nunca más volver llevándose por equipaje los harapos que vestía, sus roñas, sus piojos, y un hambre canina que nunca sació del todo. Desde entonces hacia su vida con "La Visca" una vecina de las barracas que era viuda, y que luego seria amiga de "La Moni" Ella le arregló un rincón en su barraca y poco después "El Oreja" apareció por las calles mucho más limpio y decente. Pasando el tiempo su amiga le arreglo una bandeja de madera, le puso dentro cuatro o cinco bocadillos, cigarrillos sueltos, cacahuetes y un botijo, y con todo eso colgando del hombro se arrimaba a los soldados cuando subían por las mañanas a las maniobras. Primero se esperaba a que salieran del cuartel y luego los seguía carretera arriba caminado junto a la formación, Al principio con un poco de vergüenza, después anunciaba, su mercancía dando gritos y corriendo de arriba abajo de la fila cuando algún soldado lo llamaba. Con eso se sacaba un dinero para ir tirando y para que su amiga "La Visca" no lo echara a la calle.
Pero como la mala fama, esa que da la gente se agarra a la persona y ya no la suelta aunque la fundan de nuevo, y te persigue como tu sombra hasta la tumba, "El Oreja seguiría siendo el golfo del pueblo, hiciera lo que hiciera, aunque se hubiera vuelto un santo. Por eso aquella noche los vecinos lo miraban de reojo y hasta las mujeres cuchicheaban su paso. Así que el vino mal consejero y peor amigo hizo que "El Oreja" animado por el alcohol se acercara hasta la tarima del escenario, y allí frente a los músicos sin otra cosa mejor que hacer, se puso a burlarse de "Pepe Palillos", al compás de la música que parecía animarlo cada vez más. De las posturas de burla pasó a los gestos obscenos, hasta que el animador cansado de tanta chulería, y de tan poca vergüenza, repentinamente y sin que nadie se diera cuenta lanzó uno de sus palos con tanta fuerza y con mejor tino, que al momento "El Oreja" dio un grito de dolor llevándose las manos a la cabeza. Rápidamente y como una bala saltó a la tarima
pero los músicos, y algunos más de los que miraban esperaban algo parecido le cortaron el paso y antes de que pudiera acercarse al animador, ya estaba en el suelo de adoquines arrastrado por la fuerza de los que habían saltado al escenario detrás de el. Y se armó la .de Troya. Los cacharros de la orquesta cayeron por los suelos, y voló por los aires, todo lo que había encima de las tablas. La pelotera de gentes enfrascados en escarmentar "Al Oreja" fue de un lado para otro y como un vendaval arrastró con el, mesas, sillas, botellas vasos y algún que otro niño que no tuvo la precaución de apartarse a tiempo. Mientras el pobre diablo debajo de miles de puños brazos y piernas, gritos y maldiciones que querían pulvirizarlo, recibía golpes y sangraba tanto por las narices y orejas, como cuando de pequeño un cerdo le comió una de su orejas.
"El Oreja" al que la gente se empeñaba en hacerlo un peligroso delincuente pensando para si, y con la razón que da el instinto, que más valía ser un cobarde vivo que un valiente muerto, se hizo el ídem, se quedó recibiendo los últimos golpes sin moverse, aguantando se el dolor hasta que los que tenia encima creyendo que lo habían matado lo miraban con temor, y poco a poco se fueron retirando dejándolo tirado en los adoquines. Después llegó corriendo el practicante apartando a los que en corro lo miraban con cara d epreocupacion.. El practicante llamo a unos cuantos y en volandas se lo llevaron a la Casa de Socorro, luego más tarde, cuando ya amanecía, y aun con las vendas manchadas de sangre, los ojos amoratado y los pantalones llenos de tierra, se lo llevaron al caserón en ruinas que estaba frente al Cine. Al día siguiente se lo llevaron del pueblo.
El famoso "Oreja" que había de volver la pueblo mucho tiempo después, cuando acabó el castigo que le pusieron, volvió pero con odio en la mirada, más callado que nunca y tenso, como a punto de saltar sobre el primero que osara saludarlo. Desde entonces las gentes del pueblo procuraban no encontraselo por las noches entre las calles oscuras por las que este, quizás fraguando su venganza recorría de punta apunta
Pero parecía que el destino, aquel destino suyo que tanto maldecía cuando se miraba al espejo y se veía los restos de la oreja carcomida y amoratada se complacía en llevarlo por el camino de la desgracia, así que una noche, a los pocos días de andar por el pueblo, vagando como un fantasma, cabizbajo y como huido, se metió en uno que los barracones que estaban detrás del cuartel, y que eran viviendas de oficiales. Se metió allí quizás para robar o para pasar la noche, el caso fue que creyendo que no había nadie, anduvo por el piso de abajo hasta que un teniente que dormía en el piso de arriba se despertó y lo sorprendió en la oscuridad. El militar no dijo nada si no que a tiros, disparándole sin verlo lo fue corriendo a. tiros carretera arriba, en eso que el cuerpo de guardia alertado por las detonaciones también acudió y todos en grupo corrieron montaña arriba.
A los dos días y como a un conejo enfermo cazaron al ladrón agotado, sediento y casi muerto de hambre después de haber estado corriendo sin parar hasta la madrugada .0Aor la montaña. Al final, esperó a los caballos de sus perseguidores sentado en una piedra. Cuando lo bajaron, tambaleante atado a la silla de un caballo con los labios hinchados, y tan destrozado que daba pena verlo, se dejaba llevar, parecía que nada le importaba ni lo que estaba pasando. Ese mismo día por la tarde, se lo llevaron a alguna cárcel lejana, desapareciendo de esta forma y para siempre del pueblo, "el Oreja" dejando tras de si su leyenda, una leyenda de peligroso delincuente que nunca le correspondió.
///.......................
Tambien para mis amigos del foro huevo loco
PEPE PALILLOS Y EL OREJA Pag 52
Las fiestas del barrio, la Verbena, como se le llamaba a la Noria, a la Tómbola, a los Autos de Choques y a los diez o doce "chiringuitos" de bebidas y de golosinas que cada año se ponían en el paseo, había llegado. Allí se quedarían hasta mucho después de las fiestas, durante meses ocupando con sus carros y cachivaches toda la calle principal, hasta que el frío y el mal tiempo del Otoño les hacia marcharse. Los primeros días, los de la patrona de la Virgen del Carmen, los vecinos llenaban el paseo gastándose el dinero en la tómbola, en imvitarse unos a otros, en comer y beber sin parar y en darles a los niños para que se subieran en las atracciones.
Después cuando pasaban las fiestas, solo se quedaban en marcha los autos de choques que solo funcionaban de tanto en tanto. Los vecinos mientras, como si todo aquello hubiera pertenecido desde siempre al paseo, pasaban por allí de largo y a lo suyo sin tan siquiera mirar a los cachivaches y a los feriantes que hacían su vida al aire libre comiendo en la acera junto a los bancos de piedra que les servia de mesa y tendiendo la ropa a secar entre los hierros de la noria.
El baile sin embargo era diferente, duraba pocos días pero era lo mejor de las fiestas. La entrada no costaba nada, y podía entrar todo el mundo. Al principio se hacia enfrente del cine, pero como había años .que se, ponía a llover y se suspendía y las gentes se quedaban sin su mejor distracción, aquel año se hizo dentro del mercado. Unos días antes se .lavaron bien los puestos del pescado, barrieron, regaron y hasta pintaron las puertas de la entrada, después adornaron el techo con papeles de colorines, y montaron la tarima del escenario al fondo, tapando la puerta que daba a la callejuela del cine.
Pag. 53
El comienzo del baile aquel año fue diferente al de los pasados, no hubo ninguna ceremonia, nadie subió ha hablar por el micrófono, ni el presidente del casino ni ninguno de los que organizaban todo aquello, tan solo hubo que esperar un rato a que los músicos acabaran. A que el batería colocara sus tambores, a que el guitarrista afinara las cuerdas de su guitarra, y a que el pianista sudando todavía por' el esfuerzo de haber subido junto a diez o veinte hombres el piano hasta arriba diera la señal de empezar. Y la música empezó a llenar el mercado, que allí como no se perdía en el aire como en el paseo sonaba distinta, y que como si otra orquesta la tocaba.
Un montón de niñas y niños se agolpaban bajo las tablas del escenario mirando embobados para arriba. Detrás de ellos una abigarrada juventud delante de las mesas miraba como esperando, como si allí faltara algo para completar la alegría del momento, y la falta era de alguien que nunca faltaba a ninguna boda, ni a ningún bautizo, ese era "Pepe Palillos" que de pronto, y sin que nadie lo anunciara apareció arriba de las tablas, y su presencia fue suficiente para que todos 'se pusieran a aplaudir y a gritar, y es que todo aquello sin aquel personaje no hubiera tenido alegría, ni ritmo, ni animación y como él lo sabia se hacia de rogar esperando escondido en alguna parte para luego salir de sorpresa.
"Pepe Palillos" era un hombrecillo menudo, delgado vivaracho y orejón, sus enormes y redondas orejas como dos soplillos se meneaban al compás de aquel cuerpecillo que era todo ritmo y alegría. Sin hablar nunca a su público pues todo lo decía, con un par de palos huecos que en sus manos sonaban con una fuerza y un compás extraordinario. Como de costumbre, hizo una exagerada reverencia, sonrió, y como si le hubieran dado cuerda empezó a moverse de un lado para otro llevando el compás con los pies y repicando los palillos de tal forma que hizo bailar a chicos y grandes hasta la madrugada.
Y fue una lástima, aquel año que todo iba bien, que nadie se había peleado, que la luz eléctrica no se había cortado y que los borrachines se mantenían tranquilos y recluidos en la "Bodega Madrid" apareciera por el baile "El Oreja". Este iba paseando de un lado para otro, entre las mesas, sin rumbo fijo, como perdido entre tanta gente y con la cara siempre de semblante hosco y malcarado, aunque ahora risueña y alegre, seguramente por el vino y la cerveza que se tomaba en cada viaje cuando se topaba con el bar que ese año se habla montado en un puesto de verduras, en el más grande del mercado.
"El. Oreja" (otro nombre no se le conocía), era el golfo del pueblo, una fama que un poco por el, y otro mucho por la gente, le acompañaría para siempre aunque sus grandes delitos hubieran sido quitarles a los niños el bocadillo de la merienda, meter mano en el cepillo de la iglesia, o robarle alguna que otra barra de pan al panadero cuando por las mañanas las tenia en la puerta en cestas de mimbre para ir a repartirlas. Todo aquello y mucho más que la fantasía de las gentes se habían inventado, le habían creado la enemistad de los vecinos, y eso hacía que siempre estuviera solo y que nunca hablara con nadie.
A "Mano de Piedra" en el fondo le daba lastima y cuando alguna vez pudo hablar con él se dio cuenta y entendió que "El Oreja" era una víctima, de la miseria de su casa, de la lengua de las gentes, de ser uno más entre doce hermanos que casi no cabían en las cuatro paredes de chapas de la chabola que les daba cobijo. Y de la que salía escapado en cuanto amanecía huyendo de las palizas de su padre que era de profesión borrachín, aficionado a la vagancia, y víctima hasta de su madre que en sus desvarios, medio loca por los problemas, vivía en su mundo interior mucho más placentero del que la rodeaba, desatendiendo de esta forma a sus hijos y a su casa..De su casa, de aquel cubil maloliente e infecto se fue un día para nunca más volver llevándose por equipaje los harapos que vestía, sus roñas, sus piojos, y un hambre canina que nunca sació del todo. Desde entonces hacia su vida con "La Visca" una vecina de las barracas que era viuda, y que luego seria amiga de "La Moni" Ella le arregló un rincón en su barraca y poco después "El Oreja" apareció por las calles mucho más limpio y decente. Pasando el tiempo su amiga le arreglo una bandeja de madera, le puso dentro cuatro o cinco bocadillos, cigarrillos sueltos, cacahuetes y un botijo, y con todo eso colgando del hombro se arrimaba a los soldados cuando subían por las mañanas a las maniobras. Primero se esperaba a que salieran del cuartel y luego los seguía carretera arriba caminado junto a la formación, Al principio con un poco de vergüenza, después anunciaba, su mercancía dando gritos y corriendo de arriba abajo de la fila cuando algún soldado lo llamaba. Con eso se sacaba un dinero para ir tirando y para que su amiga "La Visca" no lo echara a la calle.
Pero como la mala fama, esa que da la gente se agarra a la persona y ya no la suelta aunque la fundan de nuevo, y te persigue como tu sombra hasta la tumba, "El Oreja seguiría siendo el golfo del pueblo, hiciera lo que hiciera, aunque se hubiera vuelto un santo. Por eso aquella noche los vecinos lo miraban de reojo y hasta las mujeres cuchicheaban su paso. Así que el vino mal consejero y peor amigo hizo que "El Oreja" animado por el alcohol se acercara hasta la tarima del escenario, y allí frente a los músicos sin otra cosa mejor que hacer, se puso a burlarse de "Pepe Palillos", al compás de la música que parecía animarlo cada vez más. De las posturas de burla pasó a los gestos obscenos, hasta que el animador cansado de tanta chulería, y de tan poca vergüenza, repentinamente y sin que nadie se diera cuenta lanzó uno de sus palos con tanta fuerza y con mejor tino, que al momento "El Oreja" dio un grito de dolor llevándose las manos a la cabeza. Rápidamente y como una bala saltó a la tarima
pero los músicos, y algunos más de los que miraban esperaban algo parecido le cortaron el paso y antes de que pudiera acercarse al animador, ya estaba en el suelo de adoquines arrastrado por la fuerza de los que habían saltado al escenario detrás de el. Y se armó la .de Troya. Los cacharros de la orquesta cayeron por los suelos, y voló por los aires, todo lo que había encima de las tablas. La pelotera de gentes enfrascados en escarmentar "Al Oreja" fue de un lado para otro y como un vendaval arrastró con el, mesas, sillas, botellas vasos y algún que otro niño que no tuvo la precaución de apartarse a tiempo. Mientras el pobre diablo debajo de miles de puños brazos y piernas, gritos y maldiciones que querían pulvirizarlo, recibía golpes y sangraba tanto por las narices y orejas, como cuando de pequeño un cerdo le comió una de su orejas.
"El Oreja" al que la gente se empeñaba en hacerlo un peligroso delincuente pensando para si, y con la razón que da el instinto, que más valía ser un cobarde vivo que un valiente muerto, se hizo el ídem, se quedó recibiendo los últimos golpes sin moverse, aguantando se el dolor hasta que los que tenia encima creyendo que lo habían matado lo miraban con temor, y poco a poco se fueron retirando dejándolo tirado en los adoquines. Después llegó corriendo el practicante apartando a los que en corro lo miraban con cara d epreocupacion.. El practicante llamo a unos cuantos y en volandas se lo llevaron a la Casa de Socorro, luego más tarde, cuando ya amanecía, y aun con las vendas manchadas de sangre, los ojos amoratado y los pantalones llenos de tierra, se lo llevaron al caserón en ruinas que estaba frente al Cine. Al día siguiente se lo llevaron del pueblo.
El famoso "Oreja" que había de volver la pueblo mucho tiempo después, cuando acabó el castigo que le pusieron, volvió pero con odio en la mirada, más callado que nunca y tenso, como a punto de saltar sobre el primero que osara saludarlo. Desde entonces las gentes del pueblo procuraban no encontraselo por las noches entre las calles oscuras por las que este, quizás fraguando su venganza recorría de punta apunta
Pero parecía que el destino, aquel destino suyo que tanto maldecía cuando se miraba al espejo y se veía los restos de la oreja carcomida y amoratada se complacía en llevarlo por el camino de la desgracia, así que una noche, a los pocos días de andar por el pueblo, vagando como un fantasma, cabizbajo y como huido, se metió en uno que los barracones que estaban detrás del cuartel, y que eran viviendas de oficiales. Se metió allí quizás para robar o para pasar la noche, el caso fue que creyendo que no había nadie, anduvo por el piso de abajo hasta que un teniente que dormía en el piso de arriba se despertó y lo sorprendió en la oscuridad. El militar no dijo nada si no que a tiros, disparándole sin verlo lo fue corriendo a. tiros carretera arriba, en eso que el cuerpo de guardia alertado por las detonaciones también acudió y todos en grupo corrieron montaña arriba.
A los dos días y como a un conejo enfermo cazaron al ladrón agotado, sediento y casi muerto de hambre después de haber estado corriendo sin parar hasta la madrugada .0Aor la montaña. Al final, esperó a los caballos de sus perseguidores sentado en una piedra. Cuando lo bajaron, tambaleante atado a la silla de un caballo con los labios hinchados, y tan destrozado que daba pena verlo, se dejaba llevar, parecía que nada le importaba ni lo que estaba pasando. Ese mismo día por la tarde, se lo llevaron a alguna cárcel lejana, desapareciendo de esta forma y para siempre del pueblo, "el Oreja" dejando tras de si su leyenda, una leyenda de peligroso delincuente que nunca le correspondió.
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